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Un vino con

Claudio Naranjo: 30 años Viña Los Vascos

La pasión y el arraigado afán por alcanzar la calidad son los grandes pilares que describen tres décadas de labor. Una trayectoria de éxito, en la que la representación en Chile del grupo Domaines Barons de Rothschild, propietarios del connotado Château Lafite Rothschild en Bordeaux y también de otras propiedades en Francia, Argentina y China, se ha ganado su propia identidad desde suelo colchagüino. La aventura de hacer vinos en esta parte del mundo, a cargo de una de las primeras inversiones extranjeras en nuestro país, en el relato de su gerente general.

Por Cristina Álvarez G. | Fotografía Claudia Maturana N.

En 1988 el Barón Eric de Rothschild decide invertir en Chile asociándose con la Familia Eyzaguirre Echenique –en esa época dueña de Viña Los Vascos– asentada en el conocido campo ubicado en Peralillo y que fuera fundado durante el siglo XIX por el fallecido empresario Fernando Echenique Zegers. Tiempo después toman rumbos diferentes, y Rothschild seguiría su camino en sociedad con Ricardo Claro, también dueño de Viña Santa Rita, actualmente en manos de su viuda María Luisa Vial de Claro.

De ahí en más, es una historia de tres décadas que expresa un dedicado crecimiento en pleno corazón del Valle de Colchagua, elaborando vinos chilenos que heredan el estilo de la reconocida marca francesa, eso que muchos llaman “Espíritu Lafite”, una fusión entre tradición y calidad. Hace poco más de un año la compañía queda bajo la presidencia de Saskia de Rothschild, en quien se personifica la sexta generación de esta familia reconocida en la esfera del vino mundial.

Conocedor cabal de estos 30 años de continuo crecimiento de Los Vascos en Colchagua, es su gerente general, Claudio Naranjo, responsable de liderar este proyecto casi desde el primer día, instaurando en su gestión una impronta cercana, pero por sobre todo ser parte de un equipo humano especialmente comprometido con nuestra reconocida tierra de excepción. He aquí parte de su propio anecdotario.

 

¿Qué motiva al grupo Domaines Barons de Rothschild (Lafite) a expandir su mundialmente afamado proyecto, fijando su mirada en Chile, en tiempos de un mercado deprimido y que recién comenzaba a exportar?

Esto coincidió con el crecimiento de la industria vitivinícola chilena, en el año 90 hubo una gran apertura y el puntapié inicial fue Expo Sevilla 92. En ese tiempo el grupo quería extender su propiedad, por eso visitaron otros predios, otras viñas, pero les gustó este lugar por su ubicación geográfica.

Si bien el vino que existía no era de gran nivel, fue la materia prima proveniente de las parras viejas lo que les mostró que aquí era posible hacer algo interesante. Y como en Chile nunca hubo filoxera, las plantas que había eran de pie franco -sin injerto-, algo que les llamó mucho la atención. Esta fue la motivación básica por la que invirtieron acá.

En ese tiempo la tierra no era tan cara como hoy, la mano de obra también era de bajo costo con respecto a la de Europa. A eso se sumaba que en Chile no existía ningún tipo de Denominación de Origen, o regulaciones como las que ya existían en países como Italia, Francia y España. Acá se autorizaba regar y hacer otras labores que allá no se pueden hacer, lo cual permitió que hubiese un desarrollo al incorporar la técnica francesa: bajar el riego, bajar los rendimientos y buscar calidad.

En esa época en Chile, salvo aquellas viñas que estaban enfocadas a exportar, el concepto calidad no era como lo es hoy, era incipiente, por lo tanto, hubo un gran desafío por hacer muchas cosas.

¿Y cuáles fueron, precisamente, los atributos de Colchagua que los terminaron por convencer?

Hace 30 años no había ninguna viña que estuviera tan cerca de la costa. Nuestro campo está a 40 km del mar lo cual es un privilegio, especialmente en el verano, pues siempre contamos con una brisa costera lo cual permite que baje la temperatura en los cultivos. Con mañanas y tardes frías, y durante el día mucho calor, son condiciones óptimas para la producción de vinos finos. También ayudan los inviernos muy marcados.

A lo anterior, se suma que contamos con una gran diversidad de suelos, y en Los Vascos debemos tener al menos 12 tipos que nos han permitido producir diferentes variedades, principalmente Cabernet Sauvignon, pero además incorporamos Carmenere, Syrah y Chardonnay. Una gran parte de las plantaciones originales de Cabernet Sauvignon tienen cerca de 80 años de antigüedad, la cual da origen a nuestro vino ícono Le Dix. Cuando empezamos el campo tenía 1000 hás., actualmente la propiedad posee una extensión total de 4 mil hectáreas y 700 están en producción.

¿Qué significado tiene para Los Vascos el elaborar vinos nacionales, pero con tradición francesa?

El hecho que seamos parte de la compañía Rothschild y que en nuestras etiquetas haya un logo de la familia, es un sello de seguridad que refleja calidad para el consumidor, la gente nos sigue por eso. Estamos enfocados en la consistencia de los productos que elaboramos y por lo tanto nuestro discurso es ese, que estamos en Chile y que somos vinos chilenos provenientes de una zona privilegiada como es Colchagua, una Denominación de Origen altamente posicionada y que la gente tiende a identificar un poco más.

Hace 30 años exportábamos cerca de 20 mil cajas a un precio promedio de 13 dólares, hoy exportamos a 45 países la cifra de 550 mil cajas a un precio promedio de 56 dólares, lo cual corresponde a más del doble del precio promedio de lo que exporta Chile. Los Vascos siempre ha exportado, hoy realizamos envíos del 99% de lo que producimos y solamente el 1% está presente acá.

Desde el principio nos hemos dedicado a elaborar vinos de calidad, nos ha ido súper bien y eso nos tiene contentos. Si bien tenemos una propiedad francesa, y hay un saber hacer con técnicas y ciertos estilos heredados, el vino se produce aquí, por eso nuestro vino es chileno.

 

“Estamos enfocados en la consistencia de los productos que elaboramos y por lo tanto nuestro discurso es ese, que estamos en Chile y que somos vinos chilenos provenientes de una zona privilegiada como es Colchagua”

¿Este aniversario n° 30 traerá novedades al portafolio de Los Vascos?

En nuestra nueva zona de plantación vamos a incorporar otras variedades, pues también creemos en el desarrollo de esta área. Incorporaremos cepajes como Mourvedre y Marselan, y otras que primero estudiaremos para ver su comportamiento.

El vino como producto tiene una cantidad increíble de atributos más una serie de otros elementos asociados, dependiendo de las propiedades que se quieran rescatar es dónde se quiere llegar. Tenemos siete productos, entre ellos un Carmenere, que nos demoramos casi ocho años en lanzarlo para asegurarnos realmente que era lo que queríamos hacer. Estamos enfocados en la calidad y en el trabajo a largo plazo, si pensamos en desarrollar una variedad la plantamos, experimentamos y vemos su desempeño.

Y la búsqueda de la excelencia requiere tiempo…

Eric de Rothschild me dijo una vez: “Claudio no te preocupes, lo más difícil son los primeros 200 años”. En Chile no existe la cultura del largo plazo, y el vino es precisamente un negocio a largo plazo, ni siquiera mediano. Si planto vides me demoro cuatro años en producir, en seis tener el vino y tal vez en el décimo vea si tuvo éxito o no. Por lo tanto, para nosotros la idea es pensar en el futuro a través de un trabajo pausado y que comercialmente sea un soporte del negocio en el tiempo.

Según esta perspectiva, ¿cómo se enfrenta al escenario donde el nuevo consumidor de vinos es influenciado potentemente por la cultura digital?

El desafío no es sólo para nosotros, es para todas las viñas. Nos enfrentamos a una serie de curvas de tendencias por moda y lo importante es ver la estabilidad en el tiempo. Las nuevas generaciones muestran a un consumidor bastante complejo. Los jóvenes de 25 años luego serán los próximos consumidores de vinos, y lo más probable es que no quieran beber el que consume el papá con una etiqueta antigua, van a querer algo más moderno, más fresco. Lo que tenemos que hacer las viñas es reinventarnos frente a los tan bullados millenials, quienes tienen otra forma de ver las cosas. Pero no es cambiar de un año a otro, es más bien un cambio de estrategia global para poder atraer a los nuevos consumidores. Es nuestra responsabilidad empezar a preparar con tiempo el camino a dónde nos vamos a orientar.

China se ha posicionado rápidamente entre los países productores, como uno de los principales mercados en el mundo para el envío de vinos. Una plaza relevante en la que también el grupo Lafite decidió explora.
Ha sido un paso muy importante para la compañía, porque es el primer Château de Bordeaux que se instala en ese país, y es gracias a una relación de confianza con el gobierno chino. Lafite tiene un nombre prestigiado en el mundo y su imagen en ese país es muy potente, está muy bien posicionada, es respetada y ambicionada. Pero no es llegar e instalarse allá, requiere una inversión importante y no es común que cualquiera lo haga.

Hay una serie de inversiones vitivinícolas en China y una producción enorme de distintos vinos, incluso algunos que no son hechos de uva. Por eso Lafite sintió que se trataba de un posicionamiento estratégico al mostrar vinos de calidad hechos en China. Se hizo este proyecto que parte con 50 hás. plantadas en una extensión dedicada a la producción vitivinícola ubicada en la provincia de Shandong, al lado de la ciudad de Penglai, pero va a ser un vino para el mercado chino con etiqueta en chino.

¿Cuál es el sello de su gestión a lo largo de estos 30 años?

Ser parte de este proyecto es un grato orgullo porque es un signo de confianza enorme el estar a cargo de esta operación lejos de Francia, principalmente del Barón Eric de Rothschild y de su hija Saskia, quien desde hace un año es la sucesora de la presidencia del grupo; confianza en que se hacen las cosas que hay que hacer y de saber que se han hecho bien. En lo personal, lo he tomado no sólo como un trabajo, sino más bien como un desafío. Creo que mi principal sello es haber formado este equipo de trabajo con personas comprometidas con lo que hacen y convencidos de que les gusta estar aquí.

Usted venía del mundo financiero, ¿cómo llega a hacerse cargo de Los Vascos e insertarse en un mundo que casi desconocía?

Esto ha sido bien interesante pues fui conociendo el negocio a través de las cifras. Aquí llegué por casualidad, era empezar de cero, ya que no sabía nada de vinos, sólo que había blancos y tintos. Gracias al trabajo que realizaba en ese momento en una importante firma donde me desempeñaba como Contador Auditor, me invitaron a conocer esta oportunidad, justo cuando estaba postulando a otro trabajo en EEUU. No había internet, por lo tanto no sabía nada de la familia Rothschild. Me entrevistaron durante un proceso que duró toda una semana, al final me dijeron eres nuestro candidato y aquí estoy.

Ya casi no quedan en nuestro país altos ejecutivos que sigan por tantos años a la cabeza de una compañía dedicada a la elaboración de vinos…

Yo llevo mucho tiempo, por eso conozco el desarrollo del mundo del vino en Chile desde el principio. Era muy joven cuando empecé, con sólo 28 años me tocó estar sentado junto a Eduardo Gillisasti padre, con Alfonso Undurraga padre, también con los grandes próceres como Eduardo Chadwick, Aurelio Montes que conozco desde siempre. Creo que soy el personaje, que no es parte de una familia como los Cousiño o los Errázuriz, que más tiempo ha trabajado en un sólo lugar y en un mismo cargo, pues los grandes gerentes de las grandes viñas han ido rotando.

¿Cuál cree es la imagen que ha construido Los Vascos más allá de la preocupación por hacer vinos de calidad?

Creo que nos ven como una empresa seria que hace las cosas bien y sin mayor pretensión. Cuando se hacen las cosas bien y con un buen espíritu, al final se nota, se ve el fruto. Somos amigos de todo el mundo y sentimos que la gente nos tiene mucho cariño. Este es el sello de Los Vascos.

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