Llegó, y llegó para quedarse
Todas las voces razonables anunciaban que el Calentamiento Global se veía venir y que las profecías que lo preconizaban no eran meras visiones catastróficas de unos pocos alienados que se divertían en aterrorizar a una sociedad despreocupada y confiada.
El Planeta daba muestras que ya no podía más con tanta desgracia, tormentos y abusos que lo hacían menguar precozmente. Mares y lagos venían secándose, donde antes existían exuberantes florestas ahora ya no son más que manchas de un marrón poco alentador; extensas planicies de hielo e inmensos icebergs se disuelven como bolas de helado en mano de inconscientes y ávidos actores que no vieron o no quisieron ver la tempestad en un horizonte no tan lejano. Pues bien, la advertencia se ha tornado alarmante evidencia y las lentas reacciones dejan entrever el atónito miedo que trae el desconcierto y la falta de capacidad de actuar e intervenir en un tiempo justo y eficaz.
Falta agua, esta es la temible realidad. No nos preparamos para la escena que nos muestran los oscuros picos graníticos de la Cordillera de los Andes, que desnudos acusan la negligencia, irresponsabilidad e inconsecuencias de nuestro loco comportamiento.
Podríamos haber construido embalses suficientes para recolectar las aguas que desperdiciamos y no lo hicimos. Haber conservado la flora nativa y la sustituimos por aquella que agregaban flujos de lucro a las manos de gentes inconsciente y carente de sentido común. Y lo que es peor, podríamos haber educado y hemos preferido el oscuro y temible camino de la ignorancia.
El noticiario crónico anuncia la muerte de miles de animales por deshidratación; comunidades enteras que no tienen dónde abastecerse para saciar su sed; campos que antes generaban abundancia y riqueza ahora permanecen secos y tórridos en un suelo agonizante; Los peces desaparecieron de ríos y lagos, tampoco “se sabe de su paradero”. Entonces, la paradoja es que hoy nos sorprendemos de las consecuencias que ya sabíamos desde hace mucho.
¿Qué hacer? ¿Qué respuesta dar a las generaciones que nos sucederán? ¿Cuánto tiempo nos resta por dilucidar una posible salida para esta temible situación? Tampoco existe una respuesta evidente, son tiempos de poca claridad, mucha aprehensión y, sobre todo, de pocas certezas.
Lo que sí, no podemos cruzar los brazos y abandonarnos a esta terrible historia que nosotros mismos hemos escrito. Debemos reaccionar. Por más tarde que sea, tenemos el deber moral e impostergable de generar situaciones de cambio y reacción al estado actual de las cosas, tenemos compromisos inalienables con el futuro de nuestros hijos y los otros hijos de este martirizado Planeta.
Patricio Morales L.
Editor General