En este momento son varios los temas de contingencia que podrían despertar amplio interés entre los lectores; pero me es imposible dejar de reflexionar sobre los graves acontecimientos recientes que ponen la violencia como centro de las preocupaciones actuales, independiente de colores políticos, religión y otras distinciones sociales.
“LA FUERZA COMO SOLUCIÓN DE CONFLICTOS ES UN ARGUMENTO DEMASIADO FÁCIL Y TENTADOR, Y TIENDE A SER UTILIZADA PARA LA MANUTENCIÓN O PERSUASIÓN DE UNA VERDAD POR SOBRE OTRAS VERDADES, POR MÁS LEGÍTIMAS O ILEGÍTIMAS QUE SEAN”.
La muerte del joven mapuche Camilo Catrillanca pone en jaque las estratégicas diseñadas para enfrentar una situación histórica con reflejos dolorosos en nuestra inmediata realidad.
La conciencia de que una sociedad es formada por múltiples actores, cada cual con sus propias y diferentes características, y entender que el «todo» es compuesto de una infinidad de particularidades impares y peculiares, permiten imaginar actitudes frente a estas diferencias a partir de la aceptación que estas singularidades, algunas veces opuestas, no son obligatoriamente antagónicas o excluyentes.
La fuerza como solución de conflictos es un argumento demasiado fácil y tentador, y tiende a ser utilizada para la manutención o persuasión de una verdad por sobre otras verdades, por más legítimas o ilegítimas que sean. La realidad de los actos, al contrario, nos impone un momento de reflexión sobre la eficacia de la violencia como instrumento de coerción o convencimiento.
Toda verdad sólo puede ser entendida bajo el punto de la perspectiva histórica, que le sirve de marco y que revela sus complejas dimensiones, alcances y matices. Sólo una vez desmenuzados los múltiples componentes de la verdad, puede ser observarla en plenitud y esplendor.
Esta revelación difícilmente nos llevaría a acciones intempestivas, arbitrarias o simplistas. Ciertamente nos impondría actitudes templadas, generosas y, sobre todo, de «no violencia» porque estaría subentendido el reconocimiento de la verdad del otro.
Todo conflicto trae escondido en su interior, un espacio que permite su solución. Lo importante es identificar este espacio y las construcciones posibles para que eso ocurra. Todo conflicto contiene, también, una naturaleza esquizofrénica que separa, divide, anula y opera en contra de la plena identificación de sus desórdenes internos, o sea que dificulta la propia comprensión y por eso la génesis de soluciones.
Identificar y aceptar que la verdad es multifacética y no monolítica, significaría crear zonas donde las varias verdades se cruzan y propician áreas de común convergencia y conocimiento.
La violencia tiende a imponer la verdad de uno sobre la del otro, de forma jerarquizada y calificada a priori, lo que impide puntos de intersecciones, por tanto, de mutua comprensión.
Toda muerte violenta es inútil, inmoral e innecesaria. Así nos enseña la historia, que nada más es el relato imperfecto del abandono de la barbarie, en dirección de la creación de un espacio común que garantiza la existencia de nuestra plural naturaleza.
Generar logísticas, estrategias y condiciones de «no violencia» es la única salida posible a conflictos irracionales, ilógicos y autodestructivos. Comprender que el miedo del otro es una forma arcaica de vivir nuestros propios temores.
La violencia generada por contingencias pasadas o históricas sólo será solucionada a partir de acciones y actitudes innovadoras, creativas y de mutuo respeto. La solución reside siempre en el tiempo presente. Inútil es repetir o anhelar fórmulas o condiciones pretéritas, ancladas en el pasado, que por su condición son estériles, pero no inocuas.
Como reflexión final, no está demás recordar la vieja máxima filosófica de que «sólo es verdad porque es inexacto», pues, como afirma James Joyce en Finnegans Wake: «Tan imposibles como son todos estos hechos, resultan tan probables como aquellos que pueden haber sucedido o como cualesquiera otros que nadie pensó nunca que pudieran ocurrir».