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Ruedas de agua: Manifiesto campesino de Larmahue

El agua constituye una necesidad vital para la supervivencia y ha motivado el ingenio del hombre en función de mejorar sus formas de recolección. Ejemplo de aquello es la invención de la azuda, artefacto hidráulico de incalculable valor patrimonial en Chile, vigente desde del Siglo XVII, y que aún es el mecanismo de riego por excelencia al interior de este sector de Cachapoal.

POR MATÍAS SAN MARTÍN H. | FOTOGRAFÍA FLORENCIA LEIVA

Enfrentados a un ambiente árido, los antiguos agricultores árabes debieron echar mano a su creatividad para abastecerse de agua y, por consiguiente, poder regar los campos destinados a labores agrícolas, siendo la rueda de agua la solución efectiva para el transporte del recurso hídrico. Sus principales fuentes de suministro fueron los ríos Éufrates y Tigris, en Mesopotamia, donde según la Revista de Urbanismo de la Universidad de Chile, se encontraron los primeros vestigios de este sistema, destinado al regadío de jardines flotantes y otros cultivos en la antigua Babilonia.

Su propagación se visibiliza en la época de la conquista musulmana, periodo en el cual invadieron nuevos territorios y continentes, instalándose en una primera etapa al norte de África, en veras del río Nilo, en Egipto, y Fez, en Marruecos; para posteriormente marcar presencia en Europa, especialmente en España, a orillas de los ríos del Guadalquivir, Genil, Andalucía, El Tajo, Ebro y Segura. Por ello, la influencia islámica en la península ibérica es factor determinante para su llegada a Chile, consecuencia del sistema de hacienda impuesto por los colonos españoles.

“Efectivamente poseen rasgos culturales moriscos, pues las creaciones de Larmahue son muy parecidas a las que existen en la ciudad de Murcia, territorio conquistado por musulmanes”, argumenta Cristian Morales, antropólogo e investigador de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, quien también reafirma su postura, citando a Alfonso Márquez de la Plata, primer etnógrafo chileno, el cual sostiene que las ruedas de agua son los artefactos con mayor antigüedad en la cultura nacional.

La azuda –otro de los nombres atribuidos a dicho mecanismo, cuya traducción al español sería “regadera”, proveniente del árabe cudd–, “funciona como uno de los sistemas de riego más eficientes, gracias a una rueda de madera que, utilizando el poder del río, captura agua mediante unos recipientes de madera, conocidos como ‘capachos’, para conducirla a través de una canoa elevada hasta los campos de cultivo, los cuales se encuentran en un nivel superior en relación al cauce”, añade la publicación.

LA AZUDA, UN MODO DE VIDA

Como si se tratase de una extensión de Murcia en Chile, el pequeño pueblo de Larmahue, ubicado a 77 kilómetros al sur de Rancagua –cuyo nombre en mapudungun significa “tierra seca”–, se posiciona como un importante espacio de práctica patrimonial, al mantener operativas cerca de 40 ruedas de agua que fueron constituyéndose como parte de un legado cultural de considerable valor histórico, permitiendo además a la población dar respuesta a una serie de obstáculos naturales que dificultaron el desarrollo de la actividad agrícola.

Si bien los registros indican la presencia de molinos en San Vicente de Tagua Tagua y San Francisco de Mostazal, sólo en las cercanías del canal Almahue logran conservarse, pues en este punto, fueron consideradas para el riego de cultivos, dado el mayor nivel del suelo respecto al recorrido de los cursos fluviales. Además, es preciso agregar que “su utilidad cobró importancia, producto de una intensa sequía en el siglo XVII, sumando el aumento considerable de la población”, añade el antropólogo Cristian Morales.

En torno a la evidente necesidad de proyectar la esperanza de vida, la comunidad larmahuina entabló una intensa hermandad con la azuda, constituida por familias y campesinos especializados en su construcción y mantención, creando un lenguaje ingenieril único. Estos y otros rasgos de identidad rural motivaron al ex Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle, a declarar este sistema como un Monumento Nacional el 10 de agosto de 1998, por su trascendental rol en el progreso del mundo campestre.

Durante nuestra visita a Larmahue conocimos a dos de los constructores con mayor relevancia en la zona, quienes han dedicado su vida a la fabricación y reparación de ruedas de aguas. Se trata de Eduardo Huerta, joven maestro que actualmente lleva las riendas del rubro, en herencia de don Arturo Lucero, histórico reparador declarado Tesoro Humano Vivo por la Unesco en 2014, gracias a su noble labor de conservar este icónico elemento que distingue a su pequeño pueblo.

En sus más de 30 años de experiencia, Huerta asegura que “tardo dos a tres semanas en instalar cada una de sus piezas –principalmente integradas por ejes de fierro, rayos de roble noble y capachos de latón, madera o plástico– y que al momento de unirlas forman una estructura de entre cinco y ocho metros de altura”, explica. Por su parte, Lucero confiesa que “hacía la cimarra para ver cómo las construían. Incluso, abandoné el colegio en séptimo básico para dedicarme a esto. Me gusta su funcionalidad y su aporte medioambiental”.

“Hacía la cimarra para ver cómo las construían. Incluso, abandoné el colegio en séptimo básico para dedicarme a esto. Me gusta su funcionalidad y su aporte medioambiental”, señala don Arturo Lucero, constructor de azudas, declarado Tesoro Humano Vivo.

A tan sólo unos pocos kilómetros encontramos una azuda que no deja de sorprendernos. Se ubica en la propiedad de la familia Lyon, en el sector de San Roberto, y sus 14 metros de diámetro, la llevan a ser considerada la más grande de Latinoamérica.

“Su tamaño permite regar la totalidad de nuestros campos, mientras que sus características sustentables favorecen el reemplazo de dos a tres motobombas, disminuyendo considerablemente nuestro consumo energético”, explica Loreto Lyon, arquitecta de la Pontificia Universidad Católica de Chile, quien además es cofundadora del proyecto de la bodega de Viña VIK.

La resonancia del agua, subiendo y cayendo de los capachos, simboliza el hábitat de la comunidad larmahuina, en cuya historia carga el orgullo de esta manifestación que les permite reconocerse a sí mismos, convirtiéndose a su vez, en un espacio de práctica patrimonial que ha contribuido al desarrollo agrícola, desde la época de la colonia.

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