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Selma Lorca: “La vida ha sido mi escuela”

El anhelo de progreso común e individual debe ir acompañado de un fundamento, de una actitud que la oriente. Transitando por diferentes ciudades y pueblos junto a su esposo, hace 29 años llega a Santa Cruz la actual administradora de servicios del Club Social, quien ha sido protagonista y testigo de la conversión de un pueblo a ciudad turística, cuya generosidad nos irá revelando a una mujer de gran integridad.

ENTREVISTA SOLEDAD CORREA M. | TEXTO ÁLVARO TELLO | FOTOGRAFÍA ALBERTO RAMÍREZ M.

La naturaleza intelectiva en cada persona puede conocer el fin de las cosas, lo que se anhela y cómo obrar para conseguirlo. Sin embargo, y no en desmedro de cubrir nuestras necesidades materiales, hay quienes circulan frente a nuestros ojos movidos por una profundidad distinta, bajo sutiles afectos y motivaciones que, cuando son informados, revelan la esencia misma de la persona. El leitmotiv de Selma Lorca, cariñosamente conocida como ‘Lala’, es servir y hacerse cargo de la realidad, teniendo en cuenta que el servicio, ya sea en hoteles o restaurantes, es una poderosa herramienta de transformación.

En abril de 1990, motivados por la aventura de un nuevo proyecto educativo privado, el destino preparó el arribo de Selma y su marido a la ciudad colchagüina. “Si resultaba o no resultaba, fue por un desafío. No tenía idea dónde quedaba Santa Cruz, así de drástico, e hicimos un cambio de vida radical. Vinimos a experimentar por un año y nos fue muy bien. La acogida de la gente fue maravillosa. Así llegamos con tres hijas, la menor de ellas con dos meses de vida”.

Las raíces laborales, ¿cómo fueron llegando a la tierra colchagüina?

Partimos junto a mi esposo en un colegio particular. Mauricio, como profesor, y luego yo me incorporé a las actividades extra escolares con un grupo de Scouts. Después trabajé para la Cámara de Diputados, donde agendaba las reuniones de las semanas distritales. De ahí, no recuerdo por qué razón conocí a Carlos Cardoen, a quien le pareció interesante mi trabajo, conversamos y comencé a trabajar en su nuevo proyecto: el Hotel Santa Cruz.

¿Cómo fue la largada?

Partí sin saber nada. Fui parte del área administrativa y coordinaba con quienes trabajaban en la construcción. Aprendí a calcular, a comprar fierros para cubicar, etc. Una vez entregadas las obras, Carlos Cardoen me dijo “es hora que te metas tú”. Armamos las habitaciones con una cuadrilla. En el proceso, Carlos estuvo involucrado en todo. Me alucinaba porque escogía cada detalle, qué loza y qué cortinas se instalarían en las habitaciones. Era un mundo lleno de detalles.

Luego, comencé a hacer de todo, pues para disponer y mandar tienes que saber hacer las cosas. Me fui capacitando, visité otros hoteles, estuve en Santiago trabajando de camarera, de recepcionista; en todas las áreas fui aprendiendo. Podía barrer hasta ser anfitriona. Puedo hacer de todo, tomar una escoba no me va a desmerecer, todo lo contrario. Soy autodidacta, no tengo título profesional, yo me he hecho en la vida, la que ha sido mi escuela.

¿Qué fue lo más satisfactorio de tu paso por ese gran proyecto?

Mi única satisfacción es ver que muchas personas que trabajaron bajo mi responsabilidad, hoy son profesionales. Lograron estudiar, salir adelante, rompieron el círculo donde estaban. Esa es mi satisfacción más grande, el pago. No necesitas que todos los días te estén recordando qué hiciste o qué no, porque cuando el trabajo uno lo hace a conciencia y lo ama, no hay necesidad de publicarlo.

Posterior al hotel, ¿a qué te dedicaste?

Me dediqué a hacer muchas cosas, como operaciones y logística de empresas que venían a Santa Cruz. Presté asesorías a hoteles y restaurantes que estaban partiendo. He hecho trabajos pagados y no pagados; para mí el fin de lo que aprendí durante muchos años, es entregárselo a otros, porque es necesario que se instruyan y aprendan. Ahí tú decides cuándo cobras o no cobras.

“Mi única satisfacción, es ver que muchas personas que trabajaron bajo mi responsabilidad, hoy son profesionales. Lograron estudiar, salir adelante, rompieron el círculo donde estaban”.

¿Bajo qué circunstancias llegas al Club Social de Santa Cruz?

Yo no quería seguir trabajando, pero me ofrecieron algo distinto: mejorar, renovar, asesorar, y finalmente que estuviese constantemente en el Club Social. Este es un lugar muy antiguo, que se había quedado detenido en el tiempo, y necesitaba ir a la par de los nuevos restaurantes. Santa Cruz fue creciendo, llegaron personas con otras necesidades, muy distintas a las que estaban acostumbrados a ofrecer acá. Al final accedí como reto personal. Era desafiante trabajar con 104 hombres, y de a poco me fui ganando el cariño y respeto del directorio. Ya cumplo siete años con ellos, donde me he sentido plena y feliz.

Claramente, has visto la evolución completa de Santa Cruz

Es gigantesca, en cuanto a estructura y comercio. Cuando llegué, Santa Cruz era pequeño. Con la apertura del hotel se comenzaron a abrir mundos totalmente distintos. Con la llegada del turismo, los establecimientos se vieron en la obligación de abrir jornada completa. Aparecieron los bancos, supermercados, y a la par, los restaurantes mejoraron su calidad. Todo nació del hotel Santa Cruz. Digan lo que digan, Carlos Cardoen fue visionario y eso que en un momento lo creyeron loco. “Cómo va a poner un hotel donde no hay nada”, decían. Pero esa fue la gran escuela. Hoy en día a todos los restaurantes que vayas, encontrarás personas que fueron preparadas en el hotel. La escuela de servicio la hizo el hotel, la hicimos todos. Fue un equipo que trabajó y que se preocupó de capacitar a las personas, de incluirlas.

Sin embargo, en nuestro país es complicado hablar de “buen servicio”, y todo lo que eso conlleva.

Hay que comenzar a cambiar la mentalidad de las personas. Los lugares pequeños todavía tienen esa calidez de hogar. El Club Social, por ejemplo, se caracteriza por su personal. Hay personas que les gusta mucho la comida y sobre todo el servicio. Les gusta que los atienda un garzón antiguo, porque es más ameno. Me explico: los clientes se sientan y ellos les conversan, ese tipo de relaciones no se dan en otros restaurantes. No hay que perder la condición de estar en un lugar aislado, llamémoslo “provinciano”, porque quienes vienen de afuera, los turistas, buscan calidez, la identidad contenida en las personas.

¿Qué le falta o qué le gustaría ver de Santa Cruz en unos años más?

Muchas cosas, pero vamos por buen camino. Aún nos falta mejorar el servicio, las agrupaciones que nos reúnen no han logrado aunar criterios para que seamos un todo. Me gustaría ver que Santa Cruz y Colchagua sean ese todo.

Me preocupa que llegue un turista y le pregunte al señor del quiosco o del parquímetro “necesito ubicarme en tal parte”, y que éste no pueda dar respuesta. Estamos ad portas de un congreso mundial de enoturismo, y me preocupa que las personas que nos visiten no vean buena señalética, que no sepan dónde dirigirse. Que vayan a un pequeño restaurante o picada, y sepamos darles un buen plato de porotos o una buena cazuela, y por supuesto, que no los “asalten” con los precios. Necesitamos unificar valores y conceptos. Si vamos a salir al mundo, que sea un todo, y no de manera individual.

Hoy en día quien sale individualmente no llega muy lejos. Tienes que dar información de quién tienes al lado. Para entender esto no necesitas ir a la universidad, es un tema de sentido común, nada más. Hay que ser generoso con lo que uno sabe, entregarlo, porque cuando mueras, todo ese conocimiento no lo llevarás a ningún lado. El resto es sólo egoísmo, y muchas veces hemos sido bastante egoístas (reflexiona).

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