Al parecer, hemos olvidado que la mayoría de las viñas tradicionales chilenas, fueron obras cuya arquitectura y plantaciones se planificaron como una sola unidad. Y cada elemento como la casona, bodega y viñedo, se convirtieron poco a poco en núcleos de desarrollo vitivinícola, extendiéndose y poniendo en el mapa a valles y localidades enteras, donde resonancia y trayectoria histórica se siente hoy en día. Esto fue en el siglo XIX. Contemporáneamente, VIK representa el último gran esfuerzo, o mejor dicho, el último núcleo dispuesto para tal efecto.
POR ÁLVARO TELLO | FOTOGRAFÍA CLAUDIA MATURANA N.
Ni lejos ni cerca, pero más próxima de lo que creemos. VIK es vecina de Colchagua, se asoma tras los cerros de Apalta. Por el camino de El Huique, y luego pasando por Almahue hasta El Niche, se accede a Millahue, en San Vicente de Tagua Tagua.
El viaje se vuelve prometedor a cada kilómetro; pueden ser las expectativas o el acogedor verdor que multiplican las ansias. Y no es menor, pues en primera instancia debemos hablar de la selección de un enclave en medio de la accidentada geografía del Valle de Millahue, que a primera vista se muestra desafiante, intensa. Situación que se revierte al ver el suelo abrazado por parras, las que ondulan entre los cerros.
VIK representa además una gran apuesta arquitectónica. El hotel fue proyectado por el arquitecto uruguayo Marcelo Daglio. El edificio emula con gracia las formas de las montañas y el viento circulante, claros protagonistas de este escenario natural. Un hito arquitectónico, en el que se utilizan materiales como concreto y titanio. Este último elemento, muy a la vista, circula y se sitúa en el techo de la estructura. En tanto la bodega, es obra del arquitecto Smiljan Radic: una nave que imperceptiblemente parece proyectase y emerger desde el suelo, y a ras de superficie, un espejo de agua y piedras.
Cada espacio que se visualiza parece extraerse de un futuro próximo, pero lo verdaderamente importante, es que la arquitectura encuentra consecuencia y relación con el principal objetivo de Alexander Vik: obtener un vino de alta calidad.
Para entender la dimensión del proyecto, vemos que, en un total de 4.325 hectáreas, 326 se encuentran plantadas con viñedos, con la intención de poder extenderlos. Entre las variedades cuentan con Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc, Carménère, Syrah y Merlot; a pesar que la apuesta obvia pudo haber sido sólo Carménère, dada su cercanía con Peumo. Sin embargo, fueron determinando que el Cabernet Sauvignon y luego el Cabernet Franc, serían las piedras angulares de sus vinos.
CREAR UNA EXPERIENCIA VIK. ESO MOTIVÓ EN LOS COMIENZOS A ALEXANDER VIK, QUIEN ENCOMIENDA LA BÚSQUEDA DE UN ENCLAVE PARA DESARROLLAR UN PROYECTO QUE FUESE SUSTENTABLE. UN HOTEL, RESTAURANTE, BODEGA Y VIÑEDOS, FUERON TRAZÁNDOSE EN EL TERRENO.
Buscando complejidad, concentración de aromas y sabores, concibieron un vino lineal, escasamente voluminoso o corpulento en boca; como sería –de alguna forma– la opción de cualquier viña de los valles centrales. Dicho planteamiento, refleja el resultado de la etiqueta que está en la cima del portafolio, VIK. En cambio, La Piu Belle, el tercer vino de la línea, busca mayor volumen en boca, o como bien expresa el enólogo Cristian Vallejo, “un estilo más del Nuevo Mundo”. En su cosecha 2011 se siente la fruta negra y un peso en boca, que es total y absoluto gusto de los amantes de vinos clásicos.
Por último, interesante es seguir por añadas Milla Cala. Si bien de 2011 a 2014 la mezcla ha ido variando (en 2011 era sólo Cabernet Sauvignon, Caménère y Cabernet Franc), hoy es un vino de una exquisita complejidad. El aporte del Syrah y unas gotas de Merlot, han hecho de éste un gran ensamblaje, el que se siente con mayor profundidad en la cosecha 2014. Es un vino de una rica madurez.
PERSONALIDAD, VINO Y GASTRONOMÍA
Crear una experiencia VIK. Eso motivó en los comienzos a Alexander Vik, quien encomienda la búsqueda de un enclave para desarrollar un proyecto que fuese sustentable. Un hotel, restaurante, bodega y viñedos, fueron trazándose en el terreno. La filosofía o principal característica de esta viña, es su sentido holístico, en el que cada unidad forma parte de un todo. Según Cristian Vallejo, esto “permite encontrar un equilibrio, entre lo natural y lo que es intervenido por el ser humano, minimizando el impacto sobre el ambiente”. Ejemplo de esta sentencia, es el plan de manejo del entorno, que fue autorizado por Conaf y permitió la reforestación con flora nativa, en este caso, con Quillayes.
Vallejo comenta que, tras diez años, la viña ha conseguido una madurez excepcional, lo que se traduce en vinos con personalidad. «Si ya encontramos la fineza y elegancia, ahora es la personalidad lo que buscamos. Que se exprese en totalidad, con buen manejo de viñedo, con rendimientos controlados. La viña nos está enseñando lo que quiere mostrar», indica el enólogo.
A partir del 2015, VIK redirige sus vinos, confirmando que el Cabernet Sauvignon y el Cabernet Franc definirían la personalidad, y desde ahí un trabajo en sintonía fina con el terruño: el sueño de su creador.
En la segunda parte de la experiencia VIK se encuentra el restaurante Pavilion. Nuevamente se aprecia la delicadeza en los detalles. El restaurante obtiene su materia prima de pequeños productores, dentro de los cuales se enumeran los ya clásicos salineros de Cáhuil, o la cercanía de un productor de Quínoa, vecino del valle. Y por supuesto, abastecerse con vegetales que obtienen de su propio huerto orgánico. La filosofía VIK se aprecia en pleno en su menú de cinco tiempos, el que puede adaptarse a quienes tengan restricciones alimenticias, como el caso de quienes son vegetarianos.
«SI YA ENCONTRAMOS LA FINEZA Y ELEGANCIA, AHORA ES LA PERSONALIDAD LO QUE BUSCAMOS EN NUESTROS VINOS. QUE SE EXPRESE EN TOTALIDAD, CON BUEN MANEJO DE VIÑEDO, CON RENDIMIENTOS CONTROLADOS.»
Podemos definir su cocina desde la simpleza y la belleza estética, donde en búsqueda de armonía, cada ingrediente se expresa desde su unidad. Es el argumento de la ensalada caliente del huerto, mezclando colinabo, habas y apio; o de la morcilla con ragú de arvejas y caldo de carne y manzanas. Todo ingrediente logra captarse con una nitidez sorprendente. No hay exceso de condimentos ni ingredientes que sean invasivos. Y un detalle que no podemos dejar pasar: su lomo liso de Angus cocinado a exactos 56 grados. Cierra la experiencia un delicado mousse de zapallo con leche de almendras. Recomendable, absolutamente recomendable para todo aquel que amante de la buena cocina y se precie de tal.
Cabe destacar que en todo momento los vinos de VIK maridan y acompañan cada plato. En síntesis, esto sería una muestra de “armonía local”, o “armonía regional”, como le llamarían algunos sommeliers.
SORPRESAS, HOTEL & SPA
Sumergirse en las 22 habitaciones del hotel VIK, es entrar en una dimensión cuya profundidad escasamente puede ser revelada en palabras. Se debe estar ahí y ver qué pasa. Observar y apreciar cómo se van creando portales donde arte y paisaje se funden en un solo pilar. Ejemplo de esto, es sumergirse en cada una de las habitaciones, las que fueron concebidas por distintos artistas. La Shogun Máster Suite, por ejemplo, es obra del japonés Takeo Hanazawa, quien vivió dos meses en el hotel para crear un espacio único. Pero eso no es todo. Artistas de la talla de Roberto Matta, Gonzalo Cienfuegos, Ricardo Irarrázabal y otros 30 expositores chilenos, se dan cita en el espacio-galería, donde además es posible disfrutar del ocio y la comodidad, sin que por un momento puedan despegar la vista del paisaje. Y quizá esto defina la esencia material de VIK, el disponer de un espacio natural donde cada rincón se somete a una filosofía; en una sola idea.
Arquitectura, arte, gastronomía y vitivinicultura, no son una excusa o elementos arbitrarios. Por el contrario, navegan dentro del paisaje. Es inevitable no sentirse parte de un tejido sensible donde existe un respeto por el entorno, pero, además, por aquel sentido práctico que se despierta cuando se excede el marco de lo conocido: nuestra capacidad de asombro.