Peperina
Desde la Ventana Titulares

Carolina Pérez Stephens: Infancia digital, el desafío de criar en la era de las pantallas.

 

La educadora y experta en neurociencia advierte sobre los riesgos del uso excesivo de dispositivos electrónicos en niños y adolescentes. Su trabajo, respaldado por evidencia científica, revela cómo las pantallas afectan el desarrollo del cerebro infantil y la capacidad de aprendizaje.

En conversación con Peperina, reflexiona sobre la adicción digital, el rol de los padres y el urgente llamado a establecer límites tecnológicos en la educación y en el hogar.

POR PATRICIO MORALES L. | FOTOGRAFÍA RODOLFO LERTORA

 

En un mundo hiper­conectado, donde los dispositivos móviles están al alcance de los niños desde edades tempranas, la escritora y confe­rencista Carolina Pérez Stephens ha levantado una alerta: el uso excesivo de pantallas está mo­dificando la forma en que los niños aprenden, socializan y expe­rimentan el mundo. Educadora de párvulos de la Universidad Católica de Chile y Máster en Educación de la Universidad de Harvard, ha dedicado su carrera a compren­der el impacto de la tecnología en la infancia y a generar concien­cia sobre la importancia de un desarrollo equilibrado en la Era digital. Su libro, Secuestrados por la pantalla, expone con claridad los efectos neurológicos de la sobre­exposición digital y la creciente de­pendencia tecnológica que afecta el desarrollo infantil.

Con un enfoque basado en la neurociencia y la pedagogía, Pérez Stephens explica cómo las pantallas están diseñadas para generar adicción y afectar los ni­veles de dopamina en el cerebro, reemplazando experiencias fundamentales como el juego libre, la lectura y la interacción social. A través de su trabajo y permanentes conferencias, ha contribuido a la difusión de es­trategias para que padres y edu­cadores puedan equilibrar el uso de la tecnología en los niños. En esta entrevista, aborda las con­secuencias de esta revolución di­gital y propone soluciones para que las familias y la sociedad recuperen el control sobre la infancia en esta peligrosa vorá­gine tecnológica.

En tu libro Secuestrados por la pantalla, adviertes sobre los riesgos del excesivo uso de dis­positivos electrónicos en niños y adolescentes. ¿Cómo operan estas plataformas para generar adictos?

Primero, debemos saber cómo funciona el cerebro. El cerebro humano sólo aprende con los cinco sentidos, con las manos en la masa, y en contacto con otras personas. Entonces, cuando hablamos de tecnología, debemos pensar qué tecnología, con qué fin y para qué edad.

No da lo mismo enseñar a hablar, mirando a los ojos con algún elemento concreto, a enseñar a hablar con una app. Efectivamente el niño puede aprender un par de palabras, pero a qué costo. Hace siete años, esto era una locura. Yo hablaba de esto y me tiraban tomates, me trataban de talibana, de exage­rada. Por suerte, ahora existe una gran cantidad de estudios que respaldan lo que te indico. Hoy quien no quiere creer, simple­mente es porque no quiere.

Nuestro cerebro, para sentir placer, necesita dopamina. Y la naturaleza nos ha regalado do­pamina natural siempre. Estar en contacto con otro, comer, jugar, tocar, leer un libro, tocar un ins­trumento, todas estas cosas son placer para el cerebro. Y eso es maravilloso, pues nosotros repe­timos lo que nos gusta. Pero, ¿qué pasa con las pantallas? Aquí es­tamos hablando de aplicaciones, tanto educativas como de entre­tención. Las aplicaciones, redes sociales, videojuegos, e incluso, el smartphone y los tablet, están todas en el mismo saco. Todas vienen diseñadas para que te metas y bajes aplicaciones. Son plataformas con las cuales todas estas compañías lucran, están di­señado para generar adicción.

¿Y esto se sabe a nivel de aca­demia, a nivel gubernamental?

Pero claro. Muchos expertos han ido a estos laboratorios, a estos centros de tecnología donde contratan a psiquiatras, a neurólogos y a diseñadores UX, que son los User Experience. Ocurre que, cuando un niño toma este teléfono, todas las imágenes, los juegos, todo esto, su cerebro secreta cantidades muy superiores de dopamina. Entonces, no es que lo pase bien con el teléfono, ¡lo pasa dema­siado bien! Y ese excesivo placer que la pantalla le entrega al niño, ese excesivo nivel de dopamina, va generando una gran adicción. Eso me parte el alma.

Te pongo el siguiente ejemplo. Dos niñas caminan en el aeropuerto, pegadas jugando en sus teléfonos. ¿Cuál es la necesidad de que tus dos hijas caminen mirando un teléfono? Hay momentos para la tecno­logía y hay otros momentos que son para caminar de la manito, conversar, aburrirse. No es nece­sario, en estos tiempos muertos, donde los niños se aburren o no tienen nada que hacer, llenarlos con pantalla porque al final sus cerebros se dañan.

¿Estamos fallando como padres, entonces, en términos de que no restringimos el uso de estas pantallas a nuestros hijos? ¿A qué se debe que no exista un mayor control?

Existe una hipótesis de Felipe Lecannelier, destacadísimo doctor en psicología, quien sos­tiene en su libro Volver a mirar que, en Chile, el alto nivel de consumo infantil de pantallas, se debe a que los niños molestan. Sí, tal cual. Molestan. Y como mo­lestan, les pasamos pantallas. ¿Cómo son los niños? Son move­dizos, habladores, no paran, pues están diseñados para que no se les apague la pila. Entonces, para la sociedad chilena, estos niños movedizos, parlanchines y can­tarines, molestan. Y nos llegó el regalo soñado, las pantallas.

Con un aparatito, tienes al niño callado, inmóvil, y “no co­rres” riesgo. Porque un niño que se mueve puede caerse, que­marse, etc. Entonces, con este aparatito, el niño no se mueve. ¡Qué maravilloso!

¿Y cuál es tu hipótesis al respecto?

Mi teoría se basa en que, el alto el nivel de cansancio que tiene la mayoría de los padres es determinante en el alto nivel de consumo de pantallas de sus hijos. Los horarios de trabajo, de transporte. ¿Cómo le pides a una mamá o a un papá, que anda horas en micro para llegar al tra­bajo y regresar a casa, que llegue a contarle cuentos a sus hijos?

Pero la pregunta es, ¿por qué, por estos problemas sociales de los adultos (el cansancio, el agotamiento, la cantidad de es­trés, horas de transporte), deben pagar los platos rotos los niños? ¿Dónde están los municipios, los clubes deportivos, las empresas, los colegios dando alternativas para que los niños después del colegio hagan deporte, aprendan idiomas, toquen instrumentos?

La mayoría de los padres me dicen, “le paso la pantalla porque tengo que trabajar o teletra­ bajar”. Y claro, no puedes teletra­bajar con un niño de dos años dando vueltas, porque a ese niño hay que cuidarlo, porque si no lo cuido se cae por la escalera, se quema, se corta.

 

Carolina Pérez Stephens
Carolina Pérez Stephens

 

A largo plazo, seguirán siendo los niños los principales afectados, en términos de adquisición de conocimientos, de competencias, pues estarán absortos completa­mente en sus pantallas.

Obviamente, serán nuestros hijos. Si analizas los resultados de la OCDE de 2024, sobre me­dición de comprensión lectora de adultos (16 a 64 años), arroja que Chile es el último país del planeta en comprender lo que lee. Y es gravísimo, porque estoy hablando de comprender lo que leo en una revista, en un libro, en el contrato de trabajo, en miles de situaciones que debo com­prender lo que leo. Estas cifras están hablando de analfabetos funcionales, o sea, que somos capaces de leer simplemente un título, pero si nos pasan un texto más extenso o complejo, no en­tendemos. No me explico cómo no ha salido en los titulares que somos el último país del planeta, según la OCDE, en comprensión lectora de adultos.

Te doy otra cifra. A nivel mun­dial, el 55.7% de los adolescentes chilenos (de 15 años) no entiende nada de lo que lee, ni siquiera el nivel más bajo. Estamos en un problema gravísimo, y todos los bajar”. Y claro, no puedes teletra­bajar con un niño de dos años dando vueltas, porque a ese niño hay que cuidarlo, porque si no lo cuido se cae por la escalera, se quema, se corta.

A largo plazo, seguirán siendo los niños los principales afectados, en términos de adquisición de conocimientos, de competencias, pues estarán absortos completa­mente en sus pantallas.

Obviamente, serán nuestros hijos. Si analizas los resultados de la OCDE de 2024, sobre me­dición de comprensión lectora de adultos (16 a 64 años), arroja que Chile es el último país del planeta en comprender lo que lee. Y es gravísimo, porque estoy hablando de comprender lo que leo en una revista, en un libro, en el contrato de trabajo, en miles de situaciones que debo com­prender lo que leo. Estas cifras están hablando de analfabetos funcionales, o sea, que somos capaces de leer simplemente un título, pero si nos pasan un texto más extenso o complejo, no en­tendemos. No me explico cómo no ha salido en los titulares que somos el último país del planeta, según la OCDE, en comprensión lectora de adultos.

Te doy otra cifra. A nivel mun­dial, el 55.7% de los adolescentes chilenos (de 15 años) no entiende nada de lo que lee, ni siquiera el nivel más bajo. Estamos en un problema gravísimo, y todos los expertos lo han dicho con todos los nombres y colores, esto tiene directa relación con el uso de las pantallas a temprana edad.

Si una niña se crió con pan­tallas, si no es capaz de caminar sin aburrirse y deben pasarle una tablet, cuando llegue a cuarto básico, ¿tú crees que va a querer leer el libro que le dice la profe? ¿Crees que pondrá atención? ¿querrá debatir? Esa niñita lo único que va a pedir es tablet. Muchos profesores ya están hasta la coronilla y están “tirando la toalla”. Varios me han dicho “¿Sabe qué? Prefiero que saquen el teléfono y se entretengan, yo ya no doy más”.

¿Qué rol cumple, en esta situa­ción, la escuela? ¿Los profesores?

A ningún profesor le ense­ñaron en la universidad cómo hacer clases en pandemia y pos pandemia. A nadie. En ninguna malla curricular les han enseñado cómo enseñar a niños y ado­lescentes que son adictos a las pantallas. Hoy día los profesores están en los colegios lidiando con adictos a las pantallas.

Ningún docente puede com­petir con Roblox o Fortnite. Es de­masiado el estímulo. Estos niños no quieren jugar en los recreos, no quieren leer, no quieren estu­diar. El mejor ejemplo es la última PAES, que reflejó que las notas están infladas. O sea, no puede ser que un alumno con promedio 7 saque 100 puntos. Y no fue un caso, fueron muchos. Y esto es porque se inflan las notas, pues los profesores están ¡hasta acá! ¿Sabe qué? Póngale un 5 o un 6. Ya, da lo mismo. Pero, ¿quién compra el smartphone? ¿Quién compra la tablet? Papá y mamá. Está bien, el colegio tiene que prohibir los smartphones, como todos los países desarrollados lo están haciendo. Pero es usted señora, usted señor, quienes no deben comprárselos a sus hijos.

¿Cuáles son las alertas que co­mienzan a indicar que estamos frente a un caso de adicción in­fantil o juvenil a las pantallas?

Como mamá empiezo a co­nocer a mis hijos desde guagua, en el contacto diario, si tiene ca­rita de fiebre, cuando le cambio el pañal, cuando le doy la papa, cuando lo saco de paseo. Mi mamá siempre dice que, ella sabía cómo nos había ido en el colegio, según cómo entrábamos, según los pasos.

Para conocer a alguien, yo necesito tiempo. Ese es el tiempo que, hoy día, muchos papás no están teniendo, o lo están te­niendo, pero mirando una pan­talla. Entonces, puedo pensar que mi hijo está adicto a esas pantallas cuando deja de hacer lo que antes le hacía feliz. Si antes jugaba a la pelota, se juntaba con los cabros de la calle, y ya no quiere porque prefiere estar jugando en una aplicación, clara­mente hay adicción.

El problema es que los papás ya no conocen a sus hijos. Si voy a un restaurante y le paso tablet, si voy a la playa y le paso tablet. ¿En qué minuto conozco a mis hijos si trabajo todo el día y apenas los veo el fin de semana?, Si están siempre pegados a las pantallas, ¿en qué minuto sé qué cosas les gustan?

En una de mis charlas, espe­cialmente la de adolescentes, a los padres les cambia la cara. Yo miro a los chicos a los ojos y digo: ¿Qué es lo te hace más feliz? ¿Qué es lo que realmente te gusta hacer en la vida? “No sé”, me responden.

Ya pues, pero después de hacer las tareas, ¿Qué es lo que te hace feliz? “No lo sé”. Y ahí a los papás les cambia la cara, porque si un adolescente no sabe qué cosa lo hace feliz, como el cuerpo está di­señado para buscar felicidad, va a buscar felicidad en aquello que le ofrezca el vecino.

 

Carolina Pérez Stephens
Carolina Pérez Stephens

 

 Algunos colegios han optado por prohibir el uso de los smartphones durante la jornada escolar. ¿Cuál es tu postura respecto a estas prohi­biciones? ¿Serán efectivas?

El London School of Economics, que es una de las universidades más prestigiosas del planeta, lo dijo en el 2015. Es tal el nivel de adicción que provocan las pantallas que los smartphones tienen que estar prohibidos durante toda la jor­nada escolar. El 2015, hace 10 años, y recién en el 2018, Francia los prohibió por ley. Fue el primer país del planeta. A partir del 2020, más países comenzaron con esta misma política, pero Chile, al paso que va, será el último del planeta.

Ahora, esto no es prohibir por prohibir, sino que es un proceso que va de la mano con la educación. A los niños hay que decirles: “Mira lo que pasa con el cerebro, mira lo que pasa con los aprendizajes. Te prohíbo el teléfono porque te quiero y te cuido”. Nos han hecho creer que el smartphone es una herramienta educativa, pero defi­nitivamente no lo es.

Pero existen establecimientos que ocupan estas tecnologías como herramientas de aprendizajes.

Y mira cómo estamos. Hace unos meses, en el Congreso Futuro, se armó una polémica. Una profesora de matemáticas con doctorado en neurociencia, sostuvo que hay que enseñar con el smartphone, pues de no hacerlo, estaríamos privando al niño de cultura. Pero ocurre que la cultura es ir a museos a mirar cuadros, ir a escuchar y ver ins­trumentos musicales, es hablar de literatura, eso es cultura.

Es un mito que, si mis hijos no tienen celular, van a quedar afuera de todo. Van a quedar afuera de todo lo que tú no quieres que esté dentro. Ciberbullying, pornografía y los miles de problemas que hay.

Si no le paso un teléfono a un niño de ocho años, no le estoy privando de nada. Simplemente le estoy dando tiempo para que sea cabro chico y se ensucie, cometa errores, aprenda a solu­cionar los problemas, aprenda a conversar, aprenda destrezas so­ciales que hoy día las están ense­ñando las psicólogas. Imagínate tener que pagarle a una psicó­loga para que les enseñe a tus hijos relacionarse con otros.

¿Qué está pasando? Puedo llegar a entender que una vez digas: “Ay, le paso el teléfono a mi hijo porque estoy colapsada, no tengo quién me lo cuide, y nece­sito hacer las cosas”. Ok, pero en un restaurante, en la consulta del doctor, donde puedes conversar con tu hijo o jugar cachipún, ¿por qué tienes que pasarle el telé­fono y que el niño se enajene en la pantallita? Puede ser que, tú también, estás demasiado adicto a tu propia pantalla que consideres que es más satisfactorio estar viendo tus reels que con­versar con tu hijo.

¿Qué medidas serían necesa­rias impulsar, por parte de las autoridades que legislan, para frenar esta situación?

VTR hizo un estudio, en Chile, que arrojó que el 96% de los niños entre ocho y doce años es poseedor de un smar­tphone con internet. Esa es la realidad que vivimos.

En marzo de 2024, fui invi­tada a la Cámara de Diputados, a la Comisión de Educación. Les llevé los papers impresos. Les dije todo esto que hemos con­versado en once minutos. Cifras, datos, estadísticas, pa, pa, pa, pa. Once minutos de pura ciencia. Y eso quedó en nada. A la gente, aquí en Chile, no le interesa este tema. No le interesa.

 

 

Posts Relacionados

Raúl Ravanal y su viñedo Cava Colchagua: La energía de las tradiciones

Patricio Morales

El desgaste: La narrativa pictórica de Rafael Ruz

Patricio Morales

Pablo Cárdenas, La Arquitectura: Ejercicio cómplice y colectivo

Editor Peperina
Cargando...