Muchos lo recuerdan como un agricultor visionario que apostó por transformar la agricultura en el Valle de Colchagua con su incansable búsqueda de nuevas ideas y amor por la tierra. Su vida dejó una profunda huella en su familia, pares y amigos, combinando tradición y modernidad en los campos que cultivó.
POR ESTANISLAO OTEÍZA L. | FOTOGRAFÍA CLAUDIA MATURANA N.
La innovación en la agricultura chilena es crucial para asegurar un futuro sostenible. Los agricultores que incorporar nuevas tecnologías y prácticas no solo incrementan sus rendimientos, sino que también aseguran la resiliencia del sector ante los retos de una naturaleza cambiante y un mercado globalizado. Innovar no es simplemente modernizar; es adoptar una mentalidad flexible, que ha permitido a agricultores, como Octavio Cáceres, integrar nuevas soluciones sin perder de vista las raíces que sostienen su identidad y la cultura del campo.
Nacido en 1937, en Parrones, comuna de Peralillo, don Octavio se convirtió en un influyente agricultor del Valle de Colchagua. Sus humildes comienzos estuvieron marcados por la perseverancia, el trabajo incansable y un amor profundo por la tierra. Con una visión que desafiaba los métodos tradicionales, destacó por su capacidad de innovar, entendiendo que el campo no solo necesitaba esfuerzo físico, sino también la incorporación de tecnología para mejorar los procesos.
Su hijo, Rodrigo Cáceres, de formación ingeniero civil eléctrico, y hoy también agricultor, lo recuerda con admiración: «Siempre fue un innovador. No temía buscar mejoras para el trabajo del campo, y siempre mantuvo respeto por la tierra». Don Octavio, fue pionero en desarrollar nuevos mecanismos de cultivo como el uso de tractores con ruedas metálicas para la siembra de arroz en terrenos inundados, mejorando significativamente la eficiencia de los campos donde experimentó estas nuevas técnicas.
LA INNOVACIÓN
Octavio Cáceres fue uno de los primeros en la región en adoptar prácticas agrícolas innovadoras. En los 60’ y 70’, mientras muchos seguían aferrados a métodos tradicionales, él introdujo técnicas que revolucionaron la producción de arroz en Colchagua. El cultivo de este grano, que requería gran esfuerzo manual, fue optimizado con la adaptación de maquinaria para trabajar en terrenos panta nosos. «Las ruedas metálicas que mi padre diseñó para los tractores permitían que avanzaran en el barro, algo imposible con los neumáticos comunes», comenta Rodrigo. Este avance permitió aumentar la producción sin sacrificar la calidad.
Otro de sus hitos fue la siembra aérea de arroz, método que implementó junto al piloto santacruzano Víctor González, cubriendo grandes extensiones en menor tiempo y con mayor precisión, revolucionando el cultivo en la región. «Nadie, en ese tiempo, imaginaba que se podría sembrar desde un avión, con resultados extraordinarios”. Pero su innovador legado no se limitó al arroz. Diversificó su producción, incursionando en el cultivo de maíz, ciruelas y viñedos. «Para mi padre, siempre había algo nuevo por aprender y mejorar. Esa es la filosofía que nos dejó», afirma su hijo, quien ha tomado la posta y continúa aplicando esos mismos principios en la gestión de los campos familiares.
LA FAMILIA, MOTOR DE VIDA
Un innovador en el campo, pero profundamente dedicado a su familia. Junto a su esposa, crio cinco hijos: Rodrigo, Nancy, Isabel, Susana y Elisa, quienes de él aprendieron el valor del trabajo arduo y la importancia de la integridad. Su vida familiar fue fundamental, y su ejemplo inspiró a sus hijos y nietos, a seguir sus pasos, tanto en la agricultura como en la vida.
«Sus nietos fueron una gran alegría. Aunque en las fotos siempre aparecía serio, en el entorno familiar era muy cariñoso, compartía mucho con ellos, y eso lo hacía inmensamente feliz», relata Rodrigo. Los siete nietos de don Octavio, heredaron su respeto por la tierra y su amor por las tradiciones familiares. Su familia sigue siendo el corazón de su legado, manteniendo vivos los principios que él preservó y aplicando sus enseñanzas en la gestión de los campos que hoy siguen prosperando en la comuna de Chépica.
EL RODEO, SU GRAN PASIÓN
Fue un apasionado también del rodeo. Aunque no era corralero, amaba esta práctica, considerándolo una expresión fundamental de la identidad nacional. «El rodeo fue su gran pasión, junto con la agricultura. Su amor por los caballos y la vida campesina era inmenso», señala Rodrigo. Este amor lo llevó a liderar la construcción de la primera medialuna en Chépica, hito que reflejó su compromiso con el campo, las tradiciones y su comunidad. «Mi padre siempre fue un hombre humilde y austero, pero el rodeo le permitía conectarse con lo que más amaba: el campo y los animales», agrega su hijo.
UN LEGADO QUE FLORECE EN COLCHAGUA
Octavio Cáceres falleció en marzo de 2020, pero su huella perdura en cada hectárea de tierra hoy cultivada por su familia y en cada persona que lo conoció. «Lo extraño mucho», confiesa Rodrigo, «pero cuando veo los campos, las cosechas, sé que está presente en cada planta que crece». Hoy, su familia sigue trabajando con la misma dedicación y amor por la tierra que él les inculcó.
El Valle de Colchagua aún recuerda con cariño a este hombre visionario. Lo que sembró en la tierra siguen dando frutos, y su espíritu innovador continúa floreciendo en las generaciones que lo suceden.