Con fervor y dedicación estas profesionales trabajan –junto a su hermano Mario– en llevar adelante un legado vitivinícola centenario, de raíces profundas, que late en pleno corazón placillano. Ambas repasan memorias sobre su preciada herencia, esa que va más allá de lo material, aquella forjada por sus padres y que se sustenta en indelebles pilares familiares.
POR JOAQUÍN CUBILLOS G. | FOTOGRAFÍA CLAUDIA MATURANA N.
Llegamos hasta la comuna de Placilla para adentrarnos en la historia más íntima de Viña Ravanal, reconocida por muchos como un tesoro vitivinícola de largo manifiesto agrícola, para conocer más de un legado que perdura gracias a la determinación y perseverancia de sus tres herederos, quienes, con especial entusiasmo, tienen hoy la responsabilidad de seguir proyectando el anhelo de sus padres –Mario Ravanal y Ma. Angélica Parada–, cimentado en un profundo amor por la tierra y la dedicación inquebrantable para lograr la excelencia enológica.
Instalados en una de las bodegas más antiguas de O’Higgins, Carmen Paz Ravanal, directora de Enoturismo y Sustentabilidad; y Pía Ravanal, directora de Exportaciones, nos comparten en un inspirador testimonio cómo han forjado sus rumbos como reconocidas mujeres en el vino de Colchagua. Asimismo, comentan acerca de su éxito arraigado no sólo en la genuina pasión por el cultivo de vides, la elaboración de vinos finos y el enoturismo, sino también en lo que más valoran, sus fuertes lazos de familia.
¿Cuál es el legado de este proyecto familiar que ustedes han recibido y seguirán perpetuando como hijas?
CP: En mi caso, me marcó la cercanía que mi papá siempre ha tenido con sus trabajadores. La sencillez, el hacer las cosas lo mejor posible y el estar. Es algo que tengo muy patente y trato siempre de replicar, no tan sólo con mis colaboradores, sino con toda la gente, porque es el ejemplo que vi de mis padres. Mi mamá falleció hace poquito… (ambas se emocionan), ha sido un período bien difícil para nosotros, pero nos queda lo que hicimos juntos. Ella fue un súper ejemplo para todos, tuvo una vida maravillosa, muy bonita. De mi padre heredamos el trabajo, la perseverancia, siempre estar ahí, la responsabilidad. Y de mi mamá, todo el cariño, el amor y su infinita generosidad.
P: Quienes nos conocen, saben que somos hermanos súper unidos. Nos tenemos mucha confianza, y no solamente en lo laboral, sino que en todo ámbito personal. Siempre estamos muy conectados los tres. No digo que pensemos lo mismo, pues somos muy diferentes, pero respetamos lo que piensa cada uno. Si no estamos de acuerdo, no hay problemas, no hay rivalidades, no hay envidia, y eso parte desde mi papá. Nuestros padres eran súper generosos entre ellos, y también con nosotros. Pensaban en dar siempre lo mejor, no sólo material, sino que era lo mejor de todo. Buenas herramientas para que estudiáramos, que conociéramos el mundo, que viajáramos, todo eso unido a mucho amor.
Ser hijas de uno de los enólogos más longevos de Chile, sin duda es algo especial. De seguro mantienen recuerdos especiales de su infancia viviendo en una viña…
CP: Me acuerdo perfecto de mis primeros juegos, de todo. Era entretenido porque siempre venían compañeras de nosotras después del colegio. No recuerdo otra actividad más entretenida que la vendimia, éramos chicas y nos subíamos a los colosos que había en la viña, algo que ahora siendo mamá quizá no habría dejado hacer mis hijos cuando eran más chiquititos.
P: Sí, la bodega era como el patio de nuestra casa. Aquí jugábamos, yo siempre estaba en la bodega. Recuerdo que, si bien mi papáeramayorencomparación a los padres de mis compañeras, era mucho más más moderno, en el sentido que, junto a mi mamá, siempre nos dieron todas las herramientas. Él quería que viajáramos, que conociéramos, y por eso con Carmen Paz nos fuimos a Inglaterra. Ella estaba en primer año de universidad y yo en tercero medio. ¡En esa época nadie iba para allá! Yo casi no sabía decir hello, sabía sólo el inglés recibido en el colegio, pero tenía las ganas.
Nuestro papá siempre nos decía “hagan cosas, viajen”, entonces eso mismo nos daba la responsabilidad de hacer las cosas bien o hacer lo mejor que pudiésemos. Y ahora es igual, siempre tratamos de hacer lo mejor que podemos, pues todo lo que hacemos requiere mucho corazón.
¿Qué significa heredar una tradición vitivinícola tan distintiva del territorio colchagüino?
CP: Es una responsabilidad importante, y por lo mismo, hemos tratado de hacer un camino similar o en paralelo, abriendo nuevos rumbos dentro de la misma área que es el vino. En mi caso, al alero del enoturismo desarrollando el área turística de Ravanal, la que nunca fue explorada por mi papá, pues nunca le llamó la atención. Sin embargo, por mi formación profesional como odontóloga, siempre me ha gustado el servicio a la comunidad y, a través del enoturismo, siento que uno brinda un servicio, que uno acoge, por eso en lo personal es un campo que me gustaría seguir expandiendo.
P: Yo egresé de la universidad en Estados Unidos, trabajé en una vendimia y me vine directamente a trabajar acá. Al principio mi papá no tenía interés en las exportaciones de vino embotellado, así es que lo empecé a ver yo. Nunca imaginé que iba a trabajar en esto, por eso fue un desafío. Mi papá confió en mí y eso también
era una responsabilidad. No era fácil, tenía que trabajar duro y demostrarle que se podían hacer las cosas, que se podía exportar. Hoy sigo a cargo y estamos presentes en más de 25 países.
¿Pía, cómo ha sido estar a cargo de esta área, considerando que en el sector se trata de una labor generalmente protagonizada por hombres?
No es que no tuviera la confianza de mi papá, pero al principio fue como “ya, bueno, que Pía haga esto”. A él le costaba y creo nunca pensó que yo iba a exportar. Empecé de a poco, me hacía preguntas para saber cómo iba, y después de un tiempo, me dejó sola. Ahí empecé a buscar clientes y a viajar a todas las ferias de vino para aprender y explorar cómo se hacía el tema, siempre pensando en cómo poder estar con nuestros exponentes. Tal vez habría sido más fácil empezar haciendo vinos aquí o en alguna otra viña. Aprendí sola todo lo que tenía que hacer, me costó un poquito más, sin embargo, siempre estuve animada y siempre quise hacerlo. No es ni fue fácil, sobre todo en el escenario que vivíamos hace 25 años, porque había mucho menos mujeres tanto enólogas como profesionales en el área comercial, yo diría incluso que casi no había mujeres. Tuve amigas que trabajaban en esto, pero al principio eran solamente hombres. Era difícil, sobre todo en la búsqueda de importadores, porque nadie te ayudaba.
¿Cómo te abrías paso?
P: Tenía que sacar fuerza nomás. Yo pensaba, quiero hacer esto y lo voy a hacer. Recuerdo que me decían “cámbiale el nombre a tu vino porque tu marca no es comercial, porque nadie la conoce”. Pero siempre dije: ya la van a conocer y no voy a cambiar el nombre. ¿Cómo podría inventar un nombre de fantasía si este es mi apellido? O sea, ¡es todo! ¿Qué cosa podría ser más atractiva si nuestro apellido somos nosotros? Persistí y no lo cambié. Seguí, seguí y seguí. Fueron muchos años de esfuerzo, de viajar meses y meses con las botellas.
Y de este esfuerzo se habla mucho en el Libro Las Cien Primeras, un tributo biográfico que Eugenia Díaz hace a mujeres enólogas, donde también tú estás presente.
P: Ella es mi amiga. Cuando la conocí yo ya la admiraba, porque era una enóloga súper aperrada, había trabajado en viñas grandes y se sacaba la mugre en lo que hacía. Siempre admiré a todas las enólogas de bodega, por eso cuando surgió este registro lo encontré maravilloso, pues se trata de una carrera tan bonita, pero a la vez de tanto esfuerzo, sobre todo para las enólogas mayores quienes en esa época eran realmente mujeres luchadoras. Al leer el libro, te das cuenta de la vida que han tenido todas ellas y es admirable cómo han salido adelante. Ahora la cosa es distinta. Estoy feliz de estar en este libro, de apoyar y acompañar a Eugenia porque es una tremenda mujer. Fue muy significativo poder participar, pues ser enóloga es algo súper importante al ser parte del agro, algo tan de nuestra tierra, tan chileno, tan colchagüino.
Carmen Paz, tu profesión es completamente diferente el rubro del vino…
Sí, estudié Odontología en la Universidad de Valparaíso, luego realicé la especialidad de odontopediatría en la Universidad de Chile y me dediqué a ella por 30 años en mi consulta particular. Mi carrera también estuvo vinculada a la docencia, como profesora de odontopediatría en las Universidades de Chile, de los Andes y Finis Terrae.
Siempre me gustó mucho mi profesión, por eso uno de los trabajos que recuerdo con mayor cariño fue ser docente por 10 años en el campus de la Universidad de Chile ubicado en el Hospital Luis Calvo Mackenna. Me encantaba ayudar a los pacientes y solucionar sus dolencias, donde nuestra labor, más allá de lo odontológico, era acompañar a los padres y orientarlos. Y en paralelo, comencé a viajar todas las semanas a Placilla para estar los lunes en la viña, y de martes a viernes era odontopediatra. Lo hice por muchos años, pero cada vez me demandaba más tiempo, por eso tuve que dejar la docencia porque la carga entre alumnos, pacientes y consulta, era mucha. Seguí por un tiempo con el ejercicio particular y en la viña, pero finalmente hace un año dejé la odontología.
Hoy día te dedicas en un 100% a Viña Ravanal, ¿por qué decidiste caminar de lleno en este un rubro al alero del enoturismo?
CP: Hace 15 años aproximadamente, cuando mi papá aún era el gerente general, hice un MBA en negocios y una vez que lo terminé, empecé a interiorizarme en el área. Mi papá ya tenía más de 80 años y ya se veía complicado al estar a cargo de todo. Por mi carácter, tenía muy buena llegada con él, y al venir todas las semanas empecé a intermediar todas las cosas entre la empresa y mi padre. Partí viendo la parte financiera, y de a poco, se dio la oportunidad de abrir el área de turismo.
En un viaje a Mendoza visité unas viñas y me di cuenta de que mostraban mucho menos de lo que nosotros teníamos. Entonces pensé, “teniendo lo que tenemos, ¿cómo no podemos mostrarlo?”. Hablé con mi hermano Mario –quien hoy es el gerente general– y me dijo: ¿sabes qué? intentémoslo. Me dio su apoyo y así abrimos el enoturismo en Viña Ravanal. Gracias a ello puedo recibir y acoger a los pasajeros, algo que me gusta harto. Además, veo mucho la parte social de los trabajadores, participo del comité de bienestar y estoy a cargo de la sustentabilidad, donde la dimensión humana tiene un papel muy importante.
Desde hace un tiempo en la esfera vitivinícola se experimenta una crisis considerada casi sin precedentes, incluso inédita para algunos. Como mujeres en el vino, ¿de qué forma viven esta nueva realidad?
CP: Mi papá siempre trabajó y vivió de este rubro. Esta no es la primera crisis, recuerdo –siendo yo una adolescente– verlo sufrir por el valor del vino, que casi llegó a valer menos que el agua en ese momento. Efectivamente es una crisis, pero no es ni la primera y tampoco creo sea la última. Nosotros nacimos aquí, vivimos de esto porque es un negocio, pero también es nuestra forma vida.
P: Yo creo que las crisis, por supuesto, siempre son una oportunidad y es ahí donde hay que aplicar la perseverancia, la creatividad, explorar nuevos mercados y no abatirse. No es la primera crisis, y creo que es una de las tantas que vamos a tener que lidiar.
Además del mundo del vino, ¿qué les apasiona?
P: Amísermamá,mividaes mi hijo. El trabajo, aunque es súper importante, está después de él. Igualmente, los pilares que nos dieron nuestros padres: la familia, el amor, el respeto por los papás. La admiración, porque nosotros los admiramos en todo sentido, profesionalmente y como personas, pues son personas maravillosas. Eso nos enseñaron primero, que la familia es fundamental. En mi caso, mi hijo, mis padres, mis hermanos, y luego el trabajo, que es como un miembro más: el vino es uno más de nosotros.
CP: Sí, la familia es primordial, por sobre cualquier cosa. Si le pasa algo tanto a mis hijas, como a Pía, a mis sobrinos, a mi hermano o a mi papá… siempre han estado primero ellos y después el trabajo, los hobbies o cualquier otra cosa. Pero también, quiero decir que es una maravilla poder hacer algo o dedicarse a lo que te hace tan feliz, que lo has vivido como parte de tu vida, como algo que te apasiona, que se hace con amor y con alegría. Gracias a ello, puedo decir que a mí me gusta cada día, porque es un desafío diferente.
Y Colchagua, ¿qué lugar ocupa en ambas?
P: Es todo, yo nací aquí y eso es un orgullo; también que mis papás hayan elegido este rubro y este lugar para formar su familia. Colchagua es una zona especial y no me imagino haber nacido en otra parte. Como decíamos, aquí se forjó lo más importante para nosotros y la base de todo, que son el amor y la familia. De ahí nace el profesionalismo, nace el ser buenas personas, querer trabajar, surgir, tener las ganas de salir adelante, de exportar, de hacer nuevos negocios. Es todo para mí.
CP: Aquí estamos en un territorio acogedor, limpio desde el punto de vista de contaminación, con campo, rodeados de naturaleza, de montaña. Es un lugar cada vez más encantador e interesante. Por una parte, tenemos todos los beneficios del campo, y por otra, tenemos la cercanía con Santiago. Yo tuve que emigrar y hacer mi casa allá, pero si tuviera que volver a rehacer mi vida, me encantaría hacerlo aquí. Nosotros somos lo que somos por la familia y también por dónde nacimos. En otro lugar, claro habríamos tenido la misma genética, pero el haber nacido en Santiago o en otro país, no nos hubiera hecho mejores o inferiores, pero sí distintos. Nuestra vida es Colchagua, es Placilla, y sin duda, es parte de todo lo que somos.