POR Presbítero. René Gaete.
La naturaleza humana está impregnada de juicios y opiniones sobre los demás, tanto en nuestras conversaciones laborales como sociales. A menudo, tendemos a evaluar las acciones de otros sin considerar sus circunstancias, luchas o historias personales. Esta dureza moral en el juicio puede tener consecuencias profundas, no solo para quienes juzgamos, sino también para nosotros mismos.
Como sociedad chilena, hemos sido bombardeados con noticias de personajes ampliamente conocidos que llegaron a los tribunales. Tal fue el caso del ex ministro Monsalve, el futbolista Jorge Valdivia, la exalcaldesa Cathy Barriga o la diputada Maite Orsini. Sin duda, hay condenas justas y probadas; cada uno debe hacerse responsable de sus actos y responder ante la justicia. Sin embargo, me surge una reflexión, como cristiano y como ser humano, inspirada en la sabiduría de las Escrituras.
En el Evangelio de Mateo, capítulo 7, versículo 12, Jesús nos ofrece un principio fundamental para nuestras relaciones y convivencia: «No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti». Esta simple pero poderosa afirmación nos invita a reflexionar sobre la empatía y la compasión, sentimientos que pedimos y exigimos como individuos cuando caemos o nos equivocamos.
Hace unos años, cuestionamos el tipo de humor y la televisión agresiva, considerándolos inapropiados. Hoy, casos recientes que, reitero, deben investigarse y sancionarse si corresponde, tocan fibras profundas de nuestra historia. Sin embargo, al juzgar a otros, olvidamos que todos somos susceptibles de cometer errores. Me duele ver redes sociales llenas de comentarios y memes que abordan estas situaciones con una dureza que refleja nuestra falta de comprensión y compasión. Confieso que yo mismo me he reído de memes y he compartido algunos sin reflexionar.
A veces, me pongo en el lugar de los «caídos» o de sus familias. Y me duele, profundamente, nuestra indolencia como sociedad. El libro de Proverbios, en el capítulo 24, versículo 17, nos advierte: «No te burles del que ha caído». Este versículo nos recuerda la importancia de la solidaridad y la humanidad, virtudes que parecen escasear.
Todos enfrentamos desafíos y, en algún momento, podemos encontrarnos en situaciones vulnerables, porque, afortunadamente, no somos perfectos. Burlarse de quienes han caído no solo es cruel, sino que, también, impide la construcción de una comunidad de apoyo y comprensión. La burla y el juicio desmedido generan un ambiente de miedo y aislamiento, donde las personas se sienten incapaces de buscar ayuda o redención.
Me viene a la mente el clásico de José Saramago, Ensayo sobre la ceguera, donde critica a una sociedad incapaz de reconocerse mutuamente. Los personajes están atrapados en su egoísmo y en su propia visión del mundo, a pesar de su ceguera.
A menudo, como sociedad, mostramos una dureza moral que se manifiesta en críticas destructivas, falta de apoyo y, en ocasiones, el deseo de ver a otros fracasar. Este tipo de actitud no solo afecta a quienes juzgamos, como los mencionados anteriormente, o incluso el Presidente Boric, sino que también nos empobrece como individuos. Al enfocarnos en la perfección de los demás, perdemos de vista nuestras propias imperfecciones y no trabajamos por ser mejores. Esta «hipocresía moral» nos aleja de la autenticidad y de una conexión genuina con los demás.
¿A qué estamos invitados? A ser más compasivos y menos críticos. La próxima vez que enfrentemos la tentación de juzgar, recordemos que todos somos humanos. La verdadera fortaleza radica en nuestra capacidad de amar y apoyar a los demás en sus momentos de necesidad. Porque Dios nos ama a todos, y aunque la justicia debe prevalecer, recordemos no hacer al otro, lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros.