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El desgaste: La narrativa pictórica de Rafael Ruz

 

Desde los rincones melancólicos de su infancia hasta las grandes exposiciones en Europa, Rafael Ruz Valencia ha construido un universo pictórico donde el realismo se convierte en relato. Su formación autodidacta, marcada por viajes, encuentros con grandes maestros y un profundo sentido crítico de la sociedad, ha llevado su obra a trascender lo hiperrealista para transformarse en una poesía visual. En esta entrevista, el artista chileno nos habla sobre su conexión con el hiperrealismo, su exploración del deterioro como metáfora del ser humano y su convicción de que el arte es un reflejo de los tiempos que vivimos.

POR PATRICIO MORALES L. | FOTOGRAFÍA ARCHIVO RAFAEL RUZ

 

Las pinturas de Rafael Ruz Valencia tienen la capacidad de detener el tiempo. En sus obras, los objetos olvidados —autos en desuso, estructuras oxidadas, vestigios de un pasado que aún respira— se convierten en narradores de historias no contadas. Su técnica impecable en el hiperrealismo, lejos de ser un mero ejercicio técnico, es una herramienta para explorar la memoria, el deterioro humano y los cambios de una sociedad que avanza entre el progreso y la decadencia.

Desde su taller en San Vicente de Tagua Tagua, el artista chileno nos invita a un recorrido por su evolución pictórica, su mirada sobre la realidad y la importancia de transmitir el arte como herra­mienta de transformación. Con una trayectoria que lo ha llevado desde exposiciones en el Museo Nacional de Bellas Artes hasta la prestigiosa muestra NordArt en Alemania, Ruz nos habla de su re­lación con la pintura, el impacto de la inteligencia artificial en la creatividad y su deseo de formar una academia de arte para com­partir su experiencia con las nuevas generaciones.

 

 

¿Cómo te inicias en la pintura?

La pintura se remonta a mi niñez. En tiempos de crisis por la situación del país, nuestra madre nos llevó por el mundo de las artes. Por su formación y psicología, bastante adelantada a sus tiempos, nos llevó por esa realidad paralela. Así el arte co­menzó a ser nuestro refugio para mis hermanas y para mí. Luego, viene la inquietud de continuar y comencé a devorar todo libro que se me cruzó por delante.

¿Cuándo la realidad te aterra y cuándo te hace feliz?

La realidad es bien aterradora y supera la ficción. Vivimos una crisis, tanto local como global, que parece una olla a presión, en cualquier momento se desata algo. Esperemos que la cordura se manifieste. ¿Será que estamos en un período de oscurantismo? El arte, cada tanto, se adelanta a sus tiempos cuando el clima está raro.

Hoy los temas relacionados con los conflictos y lo geopolítico siguen siendo la coyuntura cen­tral… las migraciones, el cambio climático y la contaminación. Paralelamente, se suma un temor y/o expectativas por la manera que nos llegó la IA. ¿Será una he­rramienta o arma mal utilizada? Estaremos vulnerables. Todo eso es caldo de cultivo creativo para la literatura, el cómic, el cine y el arte en general ¿Las máquinas nos go­bernarán como “Colossus”?

Lo distópico está en todas las áreas de la creación, así como en mi obra más actual. Somos resilientes como humanidad. Estamos en un retroceso con pérdida de valores, la mentira se posesiona y se normaliza, ce­lebramos a quienes abusan del poder y utilizan los antivalores para su beneficio. Es muy para­dójico, perdemos nuestra huma­nidad y, por otro lado, avanzamos más que nunca en tecnología. Definitivamente, a veces es mejor estar más lejos de la realidad.

Ahora, la realidad me hace feliz al estar con productividad y con la razón aún objetiva y clara. Estar en constantes desafíos. No alejarse de la familia, las amis­tades y el corazón feliz. Estar inquieto es la mejor terapia. Soy inmensamente feliz cuando el entorno está tranquilo y en paz, así los procesos creativos avanzan mejor. O cuando tengo una pro­puesta nueva que desarrollar, cuando se genera esa energía adrenalínica en la producción pictórica. Cuando la obra termina su ciclo y se va de gira. Soy feliz con experiencias artísticas en comunidades lejanas, donde se vive la cultura cada día; Castro Corporación, Laja Corporación y Valdivia, por ejemplo.

 

 

¿Qué significado tienen los ele­mentos que componen tu ima­ginario creativo, que finalmente transformas en tu discurso?

En los últimos años, he retomado el tema de lo me­lancólico, lo reflexivo, el dete­rioro y el paso del tiempo en objetos, siendo el ser humano el eje central, pero de manera implícita. Esos objetos o vehí­culos somos nosotros. Mi frase caballito de batalla: “En lo feo encuentro belleza”. Pero en realidad, más que feo, es una estética fuera de los cánones. Si observamos sin antiojeras, veríamos belleza más allá.

Mi obra ha ido mutando, su­mando elementos contingentes. El objetivo primordial es lo sen­sorial para provocar cosas en el público, no busco necesariamente producir el síndrome de Stendhal.

Eres uno de los pintores hiperrea­listas más connotados de Chile. El hiperrealismo, a veces, puede llegar a ser horroroso. Desde esa perspectiva, ¿cómo concibes la realidad de la sociedad chilena?

Entramos en terrenos álgidos de mucha subjetividad para al­gunos, y de mucha claridad para otros. Es decir, no estamos de acuerdo con lo que estamos vi­viendo, ni con las necesidades de una sociedad apaleada por la falta de acuerdos. Es un tira y afloja, sin ir a ningún lado, donde las “cantin­fladas” son los grandes discursos.

Hubo un despertar social, o como se llame, el 2019, que no fue casual. Luego, un virus nos dejó encerrados. Cuando lo anterior sacó a millones a la calle, lo otro nos enjauló en casa. No hubo pausa. Pasamos de la euforia so­cial, estando reunidos, a drástica­mente estar bajo llaves. Después, dos intentos por desarrollar una Constitución que estuviese ad hoc con los tiempos que se viven. Una serie de hechos que se dieron sin respiro, hasta quedar nocaut y des­pertar en una nueva realidad.

Hoy estamos con un sín­toma de bipolaridad social. No ha habido sanación y menos un trabajo de salud mental-social. Perdimos la tolerancia, que es una herramienta y virtud. Tengo dudas si realmente somos solidarios como se creía. En resumen, esos terrores han su­perado, incluso, lo creativo. Es la realidad que lo supera todo.

Veo esta realidad con bas­tante distancia, con cautela, con más sabiduría y menos inge­nuidad; con más crítica y, sobre todo, más perspicaz. De ahí, mi obra con elementos que son parte de los recuerdos y que tienen algún significado alegó­rico. Ahora, la educación y el ac­ceso a la cultura es algo que me sigue inquietando y sigue siendo una deuda eterna.

Como un pintor posees una vo­cación por vincular el arte con los procesos formativos en los establecimientos educacionales. ¿Qué esperas de aquel vínculo?

Mi madre fue profesora norma­lista, eso marca bastante. Con mis hermanas fuimos esclavos del arte desde pequeños. Creo que existe una falencia en nuestra educación, falta de formación artística desde la niñez, etapa donde se absorben conocimientos con más potencia. Faltan talleres, academias y lugares de formación artísticas previos a los estudios formales. No necesitamos que todos sean artistas, el tema es que sea parte del crecimiento. Los medios tampoco entregan arte y cultura, entonces el arte es invisible y solo para unos pocos.

Mi necesidad es devolver co­nocimientos por lo vivido y via­jado. Todos somos capaces de crear, es parte de nuestra esencia. El arte abre la mente y caminos, es curativo inclusive, y nos ayuda a ser mejores personas. La pintura y el dibujo son ejercicios intelec­tuales. Mi sueño es tener una academia, falta el lugar y/o socio potencial para ello, pero siempre estamos abiertos a propuestas.

Coméntanos sobre tus princi­pales exposiciones a lo largo de su carrera.

Desde mis 17 años mi obra recorre Chile profesionalmente. Museo de Bellas Artes, el Mac y MAM de Chiloé. Argentina, Perú, España y Alemania; y galerías como Praxis en Santiago, AMS Marlborough y galería La Sala.

En Europa expuse a fines de los 90’, en España, tanto en ga­lería como en ferias. En Alemania lo logré en 2014, y volví en 2024 con una exposición en Berlín y el norte, donde aún está montada.

En 2024, tu obra fue montada en Alemania. ¿En qué programa se enmarca esta gira? ¿Qué te dejó el viaje? ¿El espectador europeo consume estéticas realistas?

El 2023 hago contacto con el encargado de Cultura de Chile en Alemania, Carlos Medina, persona muy afable y que viene del mundo cultural. Salieron dos propuestas, exponer mi serie “Paisaje Híbrido- Arqueología Reciente”, 20 obras y 35 fotografías. Lo segundo, me propuso representar a Chile en la exposición universal Nordart 2024.

Carlos visitó mi taller, impor­tante fue que viera las obras que se irían a Nordart y cómo enviarlas todas a Berlín para ambas mues­tras. Mencionar que ningún fondo concursable salió adjudicado para gastos correspondientes, tam­poco hubo apoyo de organismos de la región de O’Higgins, lo que es lamentable, sabiendo que re­presentaría a Chile en un evento mundial. Finalmente, todo fue con recursos propios.

Nordart es la exposición más importante del norte de Europa, dura cuatro meses, y una de las más grandes de Alemania. Postulamos tres mil artistas del mundo y quedamos 200. Dos de Chile, yo con cuatro grandes obras, y mi colega Guadalupe Valdés con dos. La muestra dura cuatro meses.

La tarea final fue hacer lazos con galerías alemanas, cuyo pú­blico consume muchas obras del realismo. En Berlín me reencontré con el artista Gonzalo Reyes Araos y conocí a la artista chilena-ale­mana Andrea Wallgren, que vivió con su familia en San Vicente. Además de cumplir mi misión laboral y ampliar posibilidades, recorrí museos junto a Maca, mi compañera. En Múnich me reen­contré con la familia Rosst Macías, quienes tienen en su colección va­rias obras mías, además de Matta, Bravo, Botero, Maffei y de mi her­mana Giovanna.

 

 

 ¿Quiénes han sido tus maes­tros, tus inspiradores a lo largo de tu carrera?

Maestros no tuve formal­mente. Solo mi madre como for­madora en la mejor etapa. Mis mejores inspiradores y maestros han sido los museos. En Alemania me reencontré con Rembrandt, Vermeer y la gran retrospectiva de Caspar Friedrich. Me inspira Richard Long y su trabajo efímero. Hilma af Klint, una precursora, y la gran Rosa Bonheur.

Contemporáneos, Matta en lo pictórico y en su pensamiento lú­dico. Alfredo Jaar, un filósofo y pen­sador visual. Acuño siempre una gran frase: “La ciencia tranquiliza mientras que el arte inquieta”.

¿A qué pintores contemporáneos admiras? ¿En qué generación de la pintura chilena te ubicas?

Kieffer y Richter son mis contemporáneos. El arte trans­versal me motiva y me saca de mi comodidad lineal, un ejercicio para abrir caminos y resetear el cerebro. Además, sigo a cineastas y fotógrafos. Julio Vaquero me parece interesante.

Bravo, en mis inicios, me ins­piró y hay un respeto. A propósito de… Pude trabajar con una ga­lería de prestigio internacional, de la cual Bravo era parte. Mi obra ya se vendía en Nueva York, con mis zapallos. Bravo se enteró, y al parecer algo le pasó con ello. Por petición suya, me solicitaron que no pintara zapallos, los pintaba él. Una entretenida y lúdica historia.

No pertenezco a generación ninguna, creo estar más bien en una situación nómade e iconoclasta. El no pasar por alguna escuela de arte, me deja fuera al parecer.

Invito a quienes gustan del arte a conocer e invertir en mi obra, ya que está viajando y su valor está en crecimiento. Pueden visitar mis redes sociales @rafael.r.valencia y mi taller www.rafaelruz.crevado.com

 

 

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