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En un día gris

 

POR José Oyarce

 

El uso de la mente en pos del aprendizaje, impulsa al crecimiento interior, a la re­flexión, al hambre de cono­cimiento, a crecer como ser humano íntegro y no solo inte­lectual. Para avanzar en esa difícil tarea, se requiere de instructores preparados y dispuestos a en­tregar la vida por recuperar la co­rrecta senda extraviada

Según las tradiciones de la mi­lenaria India y sus sabios, los ciclos humanos son inevitables, mientras las personas no hagan su necesario trabajo individual de conciencia y evolución es­piritual. La liberación del alma, según sus creencias, conduce a la persona a su estado de mayor exaltación y paz. Tristemente, ese momento está aún lejano y con un retraso alarmante.

Tanto peso hace caer a los más sombríos momentos de este inci­piente “Kali Yuga”, el ciclo oscuro, donde el dios principal es el ma­terialismo y la decadencia. ¿Qué podemos esperar entonces de nuestros gobernantes, de derecha o izquierda? ¿Qué hay de los gober­nados? Es lo mismo, “los pueblos tienen los gobiernos que merecen”. Ante este duro pero perceptible diagnóstico, ¿dónde buscar un re­medio? ¿en qué hospital podemos encontrar tratamiento para tan exaltado mal? Existen pocos lu­gares capaces de albergar tantos enfermos de este tipo.

Las antiguas religiones tenían un método que, aunque incompleto, permitían dar un esperanzador anhelo, que de alguna forma, le hablaban a ese asustadizo niño, que por temor al castigo eterno, intentaba ser un buen creyente o un buen miembro de su iglesia. Temor que inconscientemente orientaba a las grandes masas a una promesa celestial.

Nos han distraído con el materia­lismo positivista de siglos pasados y la corriente científica intenta explicar lo difícilmente explicable. Abundan remedios que ador­mecen, insensibilizan y hacen cada vez más inconsciente a las masas, arrebatando una de las pocas te­rapias realmente eficaces. La con­ciencia y la razón, abiertas tanto al cielo como a la tierra.

El uso de la mente en pos del aprendizaje, impulsa al creci­miento interior, a la reflexión, al hambre de conocimiento, a crecer como ser humano íntegro y no solo intelectual. Para avanzar en esa difícil tarea, se requiere de ins­tructores preparados y dispuestos a entregar la vida por recuperar la correcta senda extraviada. Escuchar es una solución.

Para el ser humano, mitad cuerpo mitad espíritu, el instructor cons­ciente necesita ser una muestra de vida de ese crecimiento equi­librado. Que su existencia sea un reflejo de su grandeza interior. Que sus actos hablen de sus virtudes y sus luchas por conquistar sus lados oscuros. Que sus arrugas no solo sean de piel, si no de un alma antigua de sabiduría.

Su natural guía se convierte en una necesidad por admiración de sus alumnos, sus discípulos. Y ellos con real fidelidad, puede perseguir la recta y bondadosa huella de su paso por este desierto de la vida. Quizá esas melancolías reflejen la angustia de tan difícil y lejana tarea. Sin embargo, en el fondo de cada uno, reconocemos que esta es la solución. Es necesaria la edu­cación integral y el trabajo cons­tante y exigente, para superar cada efecto que nos opaca y encadena.

No podemos exigirle a nadie que haga nuestro trabajo individual e inevitable, sea por voluntad o por dolor. El dolor es vehículo de conciencia, según las enseñanzas budistas. Esperar a que la vida nos obligue a aprender con sus fórmulas, o elegir el camino de autoexigirse, implica someterse a concienciar el mundo de las virtudes y combatir permanente nuestros defectos y vicios. Grandes ejemplos tiene la humanidad. Héroes, sabios de diversas culturas, textos llenos de sabiduría, etc.

El cambio y la mejora de las cosas, parten por el cambio per­sonal al permitir que, tal disposi­ción, sea una forma de vida que contagia al que se nos acerca. No nos quejemos de lo que nos toca vivir, ni de lo que observamos en nuestro entorno. Eso es simple­mente el resultado de nuestra propia forma de ser. Es la conse­cuencia de nuestra ignorancia y materialismo. Es una fórmula de la naturaleza, para mostrarnos y sensibilizarnos con nuestra propia decadencia. Si quieres un cambio, camina distinto. Mira un poco más profundo y decide cambiar. Luego define el objetivo de tu vida y dirígete hacia allá, sin claudicar.

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