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JAIME VADELL: “CHILE ES UN PAÍS DONDE PRIMA EL OLVIDO”

Un actor podría vivir en constante exilio de sí mismo, recordado únicamente por interpretar personajes clave. Pero cuando aparece frente a nosotros el ser humano real y nos revela la arquitectura de su pensamiento, entendemos por qué sólo un puñado de ellos consigue el estatus de recuerdo viviente. Es el caso de este imprescindible actor chileno, fijo en la retina mediática de generaciones del cual nos quedaba un tramo por conocer.  POR PATRICIO MORALES L., ÁLVARO TELLO M.
FOTOGRAFÍA CLAUDIA MATURANA N.
  El director y guionista español Jonás Trueba, subrayaba que la constante repetición de actores en cine y televisión termina siendo un gesto importantísimo, porque habla de estilos audiovisuales que, a pesar del ansia de renovarse, cuentan con elencos que desafían al tiempo. Desde esa arista puede resumirse la trayectoria teatral, cinematográfica y televisiva de Jaime Vadell, que comienza como un espectador que sube a las tablas para traspasar la cuarta pared, dando un brinco al séptimo arte con Tres Tristes Tigres, bajo la dirección de Raúl Ruiz (1968), pasando por la icónica teleserie La Madrastra de 1981 –y un sinfín de otras–, y así, hasta verlo aterrizar como protagonista de la polémica película El Conde. Parece ya haberlo hecho todo.

 Nos reunimos con él en la célebre Bodeguilla de Cristóbal, icónica taberna española del sector de Bellavista, Santiago, y en torno a un vino de categoría el actor recuerda -mirando un punto indefinido- la imagen de su padre, Arcadio Vadell, un hombre que señala “más bien sedentario y de rutina fuerte, sólida. Llegué a admirar esa rutina, noté que era la mejor forma concentrarse y trabajar o, mejor dicho, la única forma de hacer un trabajo productivo”.

  Sin embargo, para los más jóvenes hablar de rutinas pareciera resultar algo fastidioso.

Las rutinas son maravillosas, porque permiten pensar y no te generan preocupaciones aparte, las cumples solamente. Todo el mundo habla en contra de la rutina, pero creo que es algo bueno en la vida. No pensaba así durante mi juventud, porque la cuestión era irse rápidamente de la casa, cosa que hace la diferencia con los jóvenes de hoy, que pretenden quedarse en la casa de los padres hasta el día de su muerte.

  Y ese camino hacia la rutina definitiva, el de las artes escénicas, ¿dónde lo inicia?

 En el colegio, aunque no me gustaba mucho. Eso sí, disfrutabas actividades extracurriculares, desde luego había política, una academia de ciencias, de literatura y teatro, en la cual decidí participar porque me gustaba desde los tiempos en que me llevaban mis padres. Después, recuerdo ir al Teatro Municipal donde se realizaban funciones universitarias, porque en aquellos años no contaban con salas propias. El único actor que tenía sala propia por aquel entonces era Lucho Córdova, del cual vi obras y me di cuenta que era extraordinariamente bueno. Así fue despertándose este afán hasta que llegué a la escuela de Teatro de la Universidad de Chile, donde me encontré con un curso excepcional, de gente talentosísima como Víctor Jara, Tomás Vidiella, Sergio Urrutia, entre tantos.

  Tiempos de una pujante escena cultural en Chile, que si la extrapolamos a nuestros días debería verse muy distinta en términos de oportunidades, de presencia.

Hoy se ve pobre, poco desarrollada, aunque no diría que poco creativa, sería una estupidez decirlo. Pero sí con falta de energía y escasa presencia, dentro de lo cual -en parte- no recibe mucha ayuda para estar presente. Creo que debería hacerse notar, porque me da la impresión que el público no está pendiente de exposiciones de pintura o una obra que se estrena. Antes, la sociedad chilena se consideraba amiga del mundo artístico, convencida de que el arte les ayudaba a vivir, en cambio ahora se considera una cuestión superflua, inútil. Bueno, a lo mejor es un poco exagerado porque claro, con la edad uno se aleja de los eventos y va perdiendo amigos, hasta que llega el alejamiento total y definitivo. Pero no es momento ni la hora de ponerse melancólico. ¡Salud!

  CHILE SIN MADRE, PERO CON MADRASTRANo sólo el arte se ve desestimado, lo vemos también en el discurso televisivo que es bastante pesimista, y del cual se reclama su constante empobrecimiento.

 En nuestro país la televisión se toma superficialmente, en circunstancia que es un elemento fundamental de desarrollo para que una sociedad se respete. Más bien nos topamos con el discurso de “¿Televisión ¡Bueno!, no hay opciones serias”. Nunca escuché a un funcionario del Ministerio de Cultura pronunciarse sobre lo que debe considerarse necesario para hacer una televisión distinta. Mientras tanto el discurso se centra en la insignificancia, que no sirve de nada, como que dejarla así está bien. Eso es de una frivolidad seria, diría que grave. Un pecado que se comete de cara al pueblo chileno.

  Pareciera ser que las teleseries desde los 80’ hasta mediados del 2000 eran portadoras de un discurso que generaba pertenencia en la sociedad, en el público, más allá de la entretención. En cambio, las producciones actuales al parecer no tienen ese efecto.

 No lo generan porque esas producciones se ven, pero no entran en contacto con el público; son más bien piezas de volandera. Por ejemplo, los Juegos Panamericanos fueron un éxito tanto para el público presente como para la teleaudiencia, y esto ocurre porque son eventos que tienen que ver directamente con la vida de las personas, y eso moviliza sus sentimientos. También se ven los intereses inmediatos, como ver a un hijo subir y coronarse campeón de los 100 metros planos y no como a un drogadicto cualquiera. Ahí pudieron encontrarse con una relación entre la vida de esas personas y lo que se estaba mostrando, y lo más cercano a eso es una teleserie. Por lo mismo las defiendo.

  Ha formado parte de elencos en teleseries y producciones cinematográficas, ¿cuál es la obra que le ha provocado mayor satisfacción?Desde un punto de vista de masividad, la mayor satisfacción fue con La Madrastra. Era una teleserie que literalmente paralizó Santiago en 1981. No había nadie en la calle, en aquellos tiempos no se podía grabar para verla después, así es que todos corrían a su casa para ver el capítulo en directo. ¡Fue fantástico! ¡Todos pendientes de eso y ocurrió aquí, en Chile! Seguramente en todo el país sucedió algo similar, ese hecho no deja de impresionarme.  

PASAMOS POR UN MOMENTO CRÍTICO, DONDE UNO SE TOMA LA CABEZA Y SE PREGUNTA ¡DÓNDE DIABLOS ESTAMOS PARADOS!

  

 La Madrastra es una teleserie que caló profundo en la gente, muestra de ello es el histórico volumen de audiencia con el que se emitió el último capítulo. Una verdadera paralización del Chile de la época. ¿Y por qué? Nadie se lo pregunta.

 Por lo general los éxitos no se analizan y se reciben más bien como un regalo caído del cielo, en cambio sí se estudian los fracasos, porque preocupan. Costó mucho hacer La Madrastra, fue un tremendo esfuerzo del equipo creador. Por un lado, estaba el guionista Arturo Moya Grau y, por otro, Ricardo Miranda, productor de Canal 13, quien insistió en hacer teleseries en Chile. Primero se reunió para revisar los textos de Moya Grau, los que eran geniales y gozaban de popularidad, pues en esencia contenían drama, melodrama y también comedia, o sea, eran los textos de un excelente guionista. Y coincidió con que los actores chilenos estábamos fuera de circulación y casi prohibidos en televisión por cuestiones políticas –teníamos fama de comunistas–, entonces, fue una instancia de reencontrarnos con un público que quería mucho a sus actores.

  Todo en referencia a La Madrastra parece vinculado a un éxito que cubrió muchos aspectos, más allá de lo estrictamente audiovisual. Sí, porque La Madrastra sirvió para darle trabajo a los actores chilenos y la gente reconoció en la televisión su manera de hablar, de reaccionar con su mismo lenguaje. Fue potente, pero la lección no quedó aprendida, salvo tiempo después cuando Vicente Sabatini tuvo la buena idea de retomar las teleseries en provincias, Mejillones, Pampa nortina, Capitán Pastene, Rapa Nui, o sea en otros territorios, lo que involucraba ver otras costumbres y hasta una manera de comer distinta. Fue bueno hacerlo y se conllevaron bien esas teleseries con la sociedad chilena.

  EL CONDE: DE CAPITÁN GENERAL A PERSONAJE DE UNA HISTORIA DE VAMPIROS Precisamente en otro territorio, en la Patagonia chilena, se llevó a cabo la filmación de El Conde.

 En la Patagonia estuve sólo cuatro días. Los que se trasladaron por más tiempo fueron el director Pablo Larraín y los camarógrafos. ¡Durante las grabaciones me pusieron un abrigo fantástico! Un abrigo de piel que era sentir un oso encima. No sufrí nada de frío, excepto un día que estuve de pie en una plataforma mirando a Paula Luchsinger cuando inicia su vuelo. Fue hermoso, claro, porque la observaba de pie, inmóvil, cuando danzaba mientras el viento corría. ¿Tú la viste? ¿te gustó?

  Sí, mucho. La vi en Netflix. Una película muy bien lograda. La fotografía me voló la cabeza, el tratamiento del discurso irónico lo encontré muy bueno, también. Un gran acierto de Pablo Larraín y su equipo.

 A mí también me gustó. No todas las películas que uno hace le gustan, hay algunas que quedan más o menos, no más.

  Pero en este caso, fue una obra premiada y bastante bien criticada. ¿Qué sintió estar en los zapatos de ese personaje, de ese Conde, en una escenografía bien particular y desafiante?

Lo que hice fue al Conde, no a Pinochet. Todos me preguntan ¿cómo? ¿hiciste a Pinochet? Y yo respondo: ¡No hice a Pinochet, hice al Conde! Entonces, el personaje tiene rasgos de Pinochet, claro que los tiene, pero la película no es biográfica ni tampoco paródica. Ese fue mi trabajo y me encantó, porque hizo hincapié en una narración que relaciona bien a los personajes con un punto de vista ligeramente irónico, y una  magnífica fotografía de fondo. En cuanto a la escenografía, nadie creería que los interiores de la casa se encontraban en Santiago, y que estos se terminaron editando para mezclarse con las gélidas bodegas y el paisaje patagónico. Y todo envuelto en una atmósfera de oscuridad y decadencia. Buenísimo.

  LA CULTURA CHILENA ACTUAL, UNA CUESTIÓN DE INCERTIDUMBRES ¿Cuáles cree son los desafíos del movimiento cultural chileno, en una realidad circundante de tanta incertidumbre de confianzas, de espacios, de proyectos?

 Vivimos tiempos en que la experiencia pasada no sirve como ejemplo para construir el futuro. Leí por ahí que los Mapuches, por el contrario, miraban hacia atrás porque decían que el futuro era imprevisible, por lo cual no valía la pena imaginárselo tanto. Miraban hacia atrás para al menos entender lo que podía pasar, y que todo aquello posible en el futuro contaba como adivinación. Lo que ocurrirá con nosotros en cinco minutos más o lo que sucederá con el movimiento cultural en Chile, no lo sé, porque todo en la vida política y social se ha vuelto impredecible. No puedo imaginar lo que sucederá en Argentina con el presidente electo, aunque por otro lado era bueno sacar a los peronistas, ¡pero ya!, y aún así nadie sabe qué ocurrirá. ¿Alguien pensó que íbamos a tener un presidente de 35 años en un país que tiene una especie de gerontocracia? 

NO TENGO JUICIO SOBRE NADA CUANDO ANTES TENÍA TODA UNA ESTRUCTURA DE ANÁLISIS, PERO TODO ESO SE LO LLEVÓ LA HISTORIA, ASÍ COMO EL MAR SE LLEVA LAS PORQUERÍAS DE LA PLAYA.

 ¿Empatiza con el gobierno en términos de lucha, de bandera?

 No. Creo que el gobierno no tiene banderas. Las tenían como candidatos, pero bueno, todos los candidatos tienen banderas y todas están arreadas. La verdad es que no tengo interés en eso, aunque toda mi vida me ha interesado y he discutido de política, llega el momento en que ya no me importa, y no creo que sea bueno, porque te produce una especie de cinismo. Pero qué le voy a hacer, si ya no me importa. El A favor o el Contra me dio lo mismo, no me interesó, porque nunca creí que fuera a realizar un cambio, ya que el problema político es un problema serio, para gente seria, en tiempos serios. No graves, pero serios. Eso es lo que creo. Se está tomando todo muy a la virulé.

  La voz de Jaime Vadell siempre estuvo presente en relación a la contingencia nacional y a la opinión pública. Hoy parece un poco “lateado”, decepcionado.

 Más que decepcionado, estoy aburrido. Me aburrí porque es una lata. Todo el país está pasando por problemas verdaderamente serios y todos están preocupados, por ejemplo, de una acusación constitucional. No tiene sentido porque no se establecen ideologías claras, no hace movimientos, no hace sociedad, en definitiva, no hace historia. Me parece que a los políticos no les interesa hacer historia y es importante tener una visión histórica de los hechos, tomarle peso a la responsabilidad que eso conlleva. Volvamos al tema de la televisión, ¿qué es la televisión? Pues oye, es un medio importantísimo mediante el cual un país se valora a sí mismo. Por ejemplo, Inglaterra tiene a BBC, una cadena gigantesca preocupada de emitir clásicos culturales, programas de entretenimiento o de humor de buena categoría, y aquí en Chile la propaganda se ve interrumpida brevemente por trozos de programas.

  De cierta forma, nuestra conversación ha girado en torno a la memoria, estando en un país que suele difuminar la frontera entre la memoria y el olvido.

No cabe duda que Chile es un país donde prima el olvido. Nadie aprende de todo lo ocurrido y en eso denoto una frivolidad tremenda, en torno a la cual quienquiera sentirse ofendido, forma un partido político sin ideología. Están en desacuerdo con que suban impuestos a la bencina y con eso basta para formar un partido. Es un disparate eso de tomarse todo a la ligera. Me acordé del dirigente de la UDI, Pablo Longueira, que era un político duro, pero hizo acuerdos con Lagos y Lagos hizo acuerdos con él. Eso es política.

  ¿Extraña los tiempos de la Concertación?

 Sí, porque fue un momento magnífico de Chile, de pleno desarrollo y en el que hubo preocupación. Se redujo el nivel de la pobreza a niveles nunca vistos, se construyeron carreteras; fueron gobiernos donde se vio el apoyo a Fondart y lograron que pudiera entrar al presupuesto país. Imaginemos eso como un gran paso, aunque parezca burocrático, pero es un fondo demasiado importante, es algo que no puede  borrarse de un día para otro y estará disponible indefinidamente. Se hicieron cosas buenas, y claro, a la gente le bajó la “tolola” contra la Concertación cuando comienza a perderse la confianza y a saberse sobre todas esas prácticas que no correspondían.

  Se perdió de confianza en las instituciones del Estado, luego vino el escándalo en la iglesia, PDI, Carabineros, etc.

 ¡Claro! Y fíjate que cuando las instituciones del Estado entran en crisis, el mundo cultural también lo hace. Por el mismo motivo pienso que pasamos por un momento crítico, donde uno se toma la cabeza y se pregunta ¡dónde diablos estamos parados! Y la respuesta es ¡en ninguna parte! Pero se puede arreglar,  aunque por el momento lo veo difícil, pues en general el mundo está menos organizado, enfocado en el individualismo y con menos recursos. Todo parece un campo de batalla que en cualquier momento escala hacia algo mayor. Como decía Mao: “Una sola chispa puede incendiar la pradera”, aunque su discurso consistía sólo en frases.   ¿Queda algo pendiente en la vida de Jaime Vadell?

 No, nada. Al revés, estoy sobrepasado. ¿Sabes de lo que me he dado cuenta con tu entrevista? Que no tengo respuesta frente a algunas preguntas. Eue estoy completamente en blanco y no sería capaz de establecer nada. Estoy completamente privado de juicio; no tengo juicio sobre nada. Antes tenía toda una estructura de análisis, pero todo eso se lo llevó la historia, así como el mar se lleva las porquerías de la playa. Impresionante, pero en esta entrevista me he dado cuenta claramente de eso.

  EL VINO

 ¿Y este vinito, qué tal?

Muy rico, oye. Muy rico. Todos los días me tomo una copita de vino blanco. Descubrí que el tinto es más triste, en cambio el blanco es más alegre, te voltea (ríe) ¡Son tonteras de curados! ¿Y quién hace este vino?

  Javiera Ortúzar, una enóloga que pasó por Colchagua. Excelente enóloga y productora de grandes vinos a escala humana.  Bien rico, me gustó el vino de doña Javiera Ortúzar. A mí me gusta la cepa País, un tinto muy rico. Yo viví un tiempo en Concepción, y ahí había un pipeño exquisito también. Esa zona recuerdo que tenía muy buen pipeño, lo encontrabas en pueblitos como Quillón, Ñipas, San Ignacio… eran vinos sin mucha intervención, más artesanales, unos blancos medios borrosos, de sabores inolvidables.

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