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Gastronomía

El Silo de Apalta: Primero el corazón, después los tenedores

 

En una de las denominaciones de origen más prestigiosas de Chile, Apalta, rodeado de viñas y bodegas, se encuentra un proyecto gastronómico que ha transformando la manera de experimentar la cocina chilena. Esta propuesta, liderada por Julio Muñoz Gálvez, combina sabores auténticos, un ambiente acogedor y un profundo respeto por la historia y las tradiciones familiares.

POR ÁLVARO TELLO | FOTOGRAFÍA CLAUDIA MATURANA N.

 

Cuando algunas cosas empiezan a cambiar es muy probable que no nos demos cuenta de inmediato. Pero cuando esos cambios suman entre varios y se hacen visibles, caemos en cuenta que algo interesante está sucediendo. Un ejemplo. Es bien sabido que el enoturismo y la gastronomía son una gran industria y que en valles vitivinícolas como Colchagua, que va desde Andes a costa, es de un valor que parece casi absoluto, porque donde hay vino y paisaje, el turismo cae por añadidura. Y la infraestructura se levanta y va de acorde al prestigio y demanda. Valores altísimos, indiscutiblemente. Pero viene sucediendo desde hace buen tiempo que familias dedicadas al vino y la gastronomía, ofrecen otro tipo de cordialidad turística: reciben a los visitantes en su espacio íntimo, en el hogar o una extensión de éste, donde se puede disfrutar de vinos y comidas en tono de casa. Nos consideran uno más y esto, poco a poco, comienza a darle un nuevo sentido al turismo colchagüino.

Este salto parece lógicamente exquisito, porque a saber, la mayoría de los restaurantes, pequeños productores de vino y dueños de hoteles en el valle, provienen de una tradición fa­miliar. Son quienes siempre han estado respirando por aquellos caminos donde sus pies reposan. Por otro lado, si hay algo que ha caracterizado a Colchagua es una vida sinónimo de buena mesa y cordialidad. Y por estos caminos tan relindos vuelve a circular el restaurante El Silo de Apalta.

 

 

A la cabeza de El Silo está Julio Muñoz Gálvez. Su madre, doña Ester Margarita Gálvez Arévalo, le dio por herencia aquel lugar cuando nació su hijo. “Ella fue como la pionera y la que creyó en el pro­yecto, lideró en un principio la co­cina, y aún preservamos sus recetas. Siempre está disponible cuando la necesitemos, siente es gran un orgullo de apoyarnos y de poder seguir dando a conocer todos sus platos, en especial sus tortas y em­panadas que son magníficas”.

Por aquel entonces, Julio pen­saba en un centro de eventos, pero como gustan del bochinche y al mismo tiempo estar siempre trabajando y servir para que otros disfruten, un restaurante de cocina tradicional -o casera, si queremos hincar más el diente– era la apuesta a redoblar. A saber, este es de los más sinceros espí­ritus colchagüinos. Y por lo mismo el restaurante debía ser atendido por sus propios dueños. El capitán del equipo nos comenta que “no­sotros siempre queremos estar ahí, atendiendo en los momentos felices de las personas; compartir sus celebraciones. Queremos ser parte importante de ellos”. Pensado y realizado.

Otra pieza de este naipe es don Julio Muñoz Puga, padre de este emprendedor, a quien lo define como “un fiel compañero, de esa forma quiero llamarlo, quien se ha transformado en mi mayor se­guidor. Él siempre cree en mí y yo para él soy todo. Le agradezco su aporte, en todo sentido, y espero tenga vida eterna mi viejito”, de­clara emocionado, reconociendo también la entrega incondicional al proyecto de su señora, Cecilia Rubilar Contreras, a quien “agra­dezco enormemente por siempre estar a mi lado incondicional­mente, siempre tiene una palabra de aliento en los momentos más duros y es una persona súper po­sitiva. Sin ella, quizás no hubiese estado donde estamos hoy. Y lo mismo nuestro hijo Joaquín, que a sus 14 años es todo un adulto, muy maduro y comprometido con cooperarnos para que todo nuestro trabajo resulte bien”.

 

 

 

UNA CARTA DELICIOSAMENTE ACOTADA

Es bien imaginado que, si un res­taurante presume de una carta ex­tensa, llevada a la realidad puede significar el congestionamiento de la cocina y saturar al personal de servicio. Son muchos deseos y tincadas a la vez. Por ende, los tiempos de espera ponen la son­risa a media asta. Buena jugada de El Silo: una carta limitada a su espe­cialidad y todo esto se traduce en que el sabor llegará en los tiempos adecuados a nuestra mesa. Ahora bien, es una carta con platos típicos chilenos donde asoman productos de la estación. Si pensamos en una pastelera de choclo servida bajo la sombra estival, ésta ya se prepara en la cocina. Y bien servida. Nos vamos a sacar el sombrero, porque en El Silo encontramos entre sus opciones la Cazuela de Tira. Si bien la cazuela tiene tantas versiones y formas a imaginar, acá se retoma la de Tira, la cual siempre fue la base de la culinaria donde co­mienza el centro sur chileno. La de siempre. Un clásico instantáneo.

Estrellas para el pernil, el costillar al horno y las empanadas do­raditas, que lucen mejor que tu bronceado caribeño. Las manos a cargo les corresponden a coci­neros del sector, vecinos, dirigidos por una magnífica cocinera de recuerdos y pachorra, Pamela Muñoz Osorio, nacida y criada en Apalta, llena de sazonados se­cretos perdidos en el tiempo, pero que se reviven en cada petición de la carta. Eso nos llega a la mesa, obras hechas por la memoria.

EL VINO DE LA CASA ES EL VINO QUE COCINA

El Silo abraza a los viñedos, o puede que al revés. No importa el orden, estamos en Apalta, y aunque el barrio vitivinícola ha construido su prestigio en base a la condecoración de sus vinos y la exclusividad de sus suelos, queda mucha más superficie por mos­trar. Un detalle a ilustrar, es que los precios van de acorde no a la rea­lidad vitivinícola, sino a la escala de ingreso de los habitantes. Es respetuoso en ese sentido.

Vamos por más. Julio es técnico en vinificación y enología, quien ha trabajado en destacadísimas bodegas del valle. Y si alguna vez pensaron en los “dichosos tiempos cuando el vino que lle­gaba a la mesa, era el vino de la casa”, aquí les va, porque el Carmenere es de la casa. Hecho por Julio. Aunque en un giro ex­traordinario puede degustarse por partida doble, porque uno de los platos fuertes de El Silo es la Plateada al Carmenere. Brillante.

 

 

UN SENTIDO FAMILIAR QUE VA A TODAS PARTES

El sabor está en casa. El restaurante es la casa, y como todos en nuestro hogar anhelamos disfrutar del confort de la vida, en este sentido El Silo pone hincapié en detalles sobrepasando la expectativa. Una parrilla se dispone para que los co­mensales puedan volver calentar las carnes, y esta puede extenderse a eventos de cumpleaños, ma­trimonios o corporativos. Podrán disfrutar el contraste de estar en la piscina refrescándose rodeados de áreas verdes mientras las brasas se preparan para abrir un desfile de carnes, entre las que pueden encontrar el Cordero al Palo de nuestro secano colchagüino. Todo en El Silo es a razón de cercanía. Y es a tal nivel, que Julio y familia nos cuentan que su equipo tiene capa­cidad de trasladarse y realizar un montaje a domicilio. Con parrillas, y en realidad, con todo el sabor que sale de sus fogones.

Alguna vez los cronistas gastro­nómicos del siglo pasado ha­blaron de la existencia de dos tipos de restaurantes en Chile: están aquellos donde simple­mente se come, y estarán los otros, donde se sostienen los me­jores recuerdos. El Silo de Apalta es uno de ellos, con todas las ca­racterísticas de los restaurantes de antaño: con una familia detrás, portadora de recetas tradicio­nales, integrando a su comunidad, y lo más importante, poseedores de un espacio donde se nos de­muestra que la calidad de su gastronomía y humana, primero debe cruzarse con en el corazón, y después con los tenedores.

 

Datos de contacto:

San José de Apalta, Santa Cruz. Instagram: @elsilodeapalta

Teléfono: +569 58353139

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