La práctica del yoga entrega respuestas, llevándonos por un camino de adaptación y aceptación. Por medio del trabajo del asana y la postura, somos capaces de avanzar hacia una consciencia que va creciendo.
Si existe una verdad clara, es que nada es inmutable y esto también pasará. La pandemia nos planteó incertidumbres y miedos como la cercanía de la muerte, junto a la inestabilidad económica y social. Tuvimos que revisar lo que antes parecía evidente. La realidad cambiante, puso a prueba nuestro sistema psicológico y cognitivo, donde procesamos la información.
Teníamos apego a un tipo de normalidad y repentinamente desapareció. La vida, literalmente, nos desafió por casi 3 años y ese relativo control que nos brindaba lo conocido, se esfumó, surgiendo un nuevo orden en nuestra estructura mental. La pandemia puso nuestros límites frente a un abismo, porque convivimos con la incerteza y porque las restricciones terminaron influyendo en nuestra libertad física y mental.
La antigua normalidad, presumía el contacto social, que luego menguó. Se produjo una des- conexión con el entorno y nosotros mismos, generando ansiedad. En muchas personas, aparecieron la soledad, la negación y el desborde de la autorregulación emocional.
De lo anterior, surgen tres preguntas: ¿transitamos sanamente por nuestro propio mundo durante la pandemia?, ¿evadimos o enfrentamos ese pro- ceso?, ¿cómo nos adaptamos a una nueva realidad, tan lejana de la antigua? Yoga entrega respuestas, llevándonos por un camino de adaptación y aceptación. Por medio del trabajo del asana y la postura, somos capaces de avanzar hacia una consciencia que va creciendo, desde la conexión corporal. Puede notar su cuerpo aquí y hasta fluir, con una respiración consciente, que eleva hacia una unión integral consigo mismo y el entorno. Ese trabajo personal, permite bajar las expectativas y, en consecuencia, tender a aceptar los momentos. No hablamos de mediocridad, hablamos de consciencia.
¿Cómo desarrollamos esa labor personal?, lo más básico o terrenal se logra trabajando el asana, para ir experimentando en otras dimensiones, de la mano de la respiración, hasta llegar a un estado de consciencia corporal y mental.
En la práctica, concentrarse en la realización de la postura, genera atracción hacia el interior de nuestros sentidos, experimentando el silencio, control y tranquilidad de la mente. A esto llamamos propiocepción, o percepción de nosotros mismos.
Ese primer estado de consciencia, se asocia a las conquistas de nuestro ser. Aquí es donde se explica la práctica del yoga físico, como puente. Desde lo más tangible, se avanza hacia un trabajo completo e integral, para ligar nuestras áreas energéticas y físicas. Esa es la unión a la que nos referimos en yoga. La unión nos lleva a la conciencia plena, gracias a un trabajo que permite mantenernos conectados, incluso en situaciones límites o extremas como la pandemia y post pandemia. Esto lo vislumbró B.K.S. Iyengar, al señalar que mediante esfuerzos coordinados y concentrados del cuerpo, los sentidos, la mente, la razón y el sí mismo, el hombre obtiene el premio de su paz interior.
Tenemos que partir de nuestra propia conexión, para avanzar y extendernos a nuestro entorno. Cuando eso ocurra, aunque cambie la realidad, nuestro cuerpo y mente, estarán protegidos, en un estado consciente.